Una queja común entre quienes nos dedicamos a la cultura, ya sea en las redacciones o en las oficinas de prensa y difusión de las dependencias públicas o privadas, son los cada vez más pequeños espacios dedicados en los medios de comunicación a compartir las noticias de este sector.
No es cosa nueva. Tengo más de una década inmersa en el ámbito cultural, trabajando tanto en el apasionante mundo del periodismo como en el de las relaciones públicas, y conociendo las dos caras de la moneda. En ambos he tratado de buscar nuevas formas de compartir esto que me llena el espíritu con quienes me rodean.
Durante este tiempo me ha tocado ver episodios dramáticos para la cultura en periódicos nacionales muy importantes, como cuando la sección del Reforma dejó de ser un suplemento independiente para pasar a la parte trasera de nacional. Sí, ahí después de las tragedias que aquejan al país, las opiniones de los que saben, las esquelas, las noticias internacionales y de algunas páginas de publicidad. Ahí, al último, a donde no todo mundo llega a leer, se encuentra aquello que enriquece el espíritu.
También pasé por las páginas de Excélsior, cuando le sucedió lo mismo a la sección cultural, y se convirtió en un híbrido entre las noticias de la ciudad y las del arte. Ahora, admirablemente, son de nuevo una sección independiente con ocho páginas diarias que, sé de buena fuente, requieren de mucho esfuerzo para mantenerse. Y de lejos veía a los vecinos de El Universal con su sección de espectáculos, en donde lo mismo caben las notas culturales que los chismes de la farándula.
Hace unos meses leía sobre un periodista cultural reconocido hablando sobre este mismo tema. Atribuía la falta de espacios a la cultura a los empresarios de los medios de comunicación, a quienes, aparentemente, no les importa la actividad cultural porque no es negocio (sin embargo, pensar en la cultura como negocio es casi profanarla, a decir de varios, con lo cual no estoy de acuerdo, pero luego hablaremos de eso). Incluso, llamó iletrados a los dueños de los medios, por no interesarse en las secciones culturales.
Sí, es un hecho que las páginas de los periódicos son cada vez menos para las noticias culturales; que en la televisión tenemos únicamente al canal 11, al 22 y algunos espacios mínimos en televisión; y en la radio están las emisoras públicas como IMER e IPN, con varios minutos al día para la cultura; además de numerosas publicaciones gratuitas que han encontrado en la cultura y en los jóvenes un nicho muy bien aprovechado. Pero también es cierto que internet ofrece millones de posibilidades para la difusión cultural, y que el periodismo como lo conocemos tendría que estar cambiando a la velocidad de la luz. Los periodistas no podemos seguir esperando a que las secciones culturales en los medios impresos sean independientes de nuevo o crezcan; que en los medios electrónicos se tengan más minutos al aire para hablar de teatro, danza, museos o libros. Más bien, debemos aprender cómo hablarle a quienes hoy nos leen en 140 caracteres, nos ven en seis segundos, nos dan like o nos leen con otros ojos. El público de hoy va en tren bala y los periodistas culturales parecen avanzar en un tren de vapor, con la nostalgia de las máquinas de escribir y de un mundo pasado que fue mejor. O como dice el abuelo Simpson en un capítulo de la popular serie:
“Yo sí estaba en onda… pero luego cambiaron la onda. Ahora la onda que traigo no es onda y la onda de onda me parece muy mala onda. ¡Y te va a pasar a ti!”.
Arte y Cultura ha demostrado que hay (o habemos) miles de personas interesadas en conocer la oferta cultural de la Ciudad de México y del país; incluso, tenemos seguidores de otros países que se inspiran en lo que pasa en México para intentar llevar ideas a sus lugares. Y sabemos que hay otros sitios en la red dedicados a compartir la información de las actividades artísticas y culturales para acercarlas, principalmente, al público joven. No todos esos espacios hacen periodismo como se le conoce. Muchos se dedican a copiar y pegar la información contenida en las decenas de boletines que envían a diario las oficinas de prensa de las instituciones; otros publican sin pasar por el corrector de estilo, pero todos tienen como fin la difusión de las actividades artísticas y culturales. El esfuerzo por difundir la cultura, créanme, se agradece.
A diferencia de lo que decía el colega periodista, creo que la cultura está más presente que nunca, y que en vez de seguir lamentándonos porque los medios tradicionales no dan espacio a más caracteres o minutos para hablar de las manifestaciones artísticas, procuremos aprender y aprovechar lo que la tecnología nos ofrece.
Hoy @arteycultura llegó a los 200 mil seguidores en Twitter. Ese experimento que comenzó en 2009, hoy es una suma de complicidades, voluntades, sueños, amigos y aferrados que compartimos la pasión por el arte y la cultura, por contagiar esto que nos llena de vida a diario con todos los que nos rodean. Sé que muchos de mis colegas son felices de saber que al menos una persona que vio /leyó /escuchó su nota disfrutó del libro, película, obra de teatro o danza, concierto o espectáculo del que habló. Gracias infinitas a todos aquellos que forman parte de esta comunidad y que creen en el arte y la cultura como un agente de cambio.
Si hemos pasado tantas generaciones por las redacciones de periódicos, revistas, televisoras y radiodifusoras, es porque los “culturosos” somos una especie necia y aferrada que busca compartir las buenas noticias que alimentan el espíritu.
Nuestro deber y obligación como periodistas debería ser, además, contribuir a la conservación de la memoria histórica del arte y la cultura, de las voces que están construyendo la identidad de esta época, de las manifestaciones artísticas que serán comprendidas bien a bien dentro de, digamos, medio siglo.
Tenemos el conocimiento y la experiencia para ver las artes desde sus entrañas. Tenemos los recursos para construir un nuevo periodismo cultural. Tenemos un ojo crítico que no se debe cegar.