por José Ignacio Lanzagorta García
En 1921, Álvaro Obregón decretó al ahuehuete como árbol nacional de México. Pudiendo haber optado mejor por el nopal, fue la mejor manera de meterse en camisa de once varas. Y es que, sólo en condiciones ideales, un ahuehuete puede conseguir la majestuosidad que el nacionalismo revolucionario requería. Ejemplos de ahuehuetes monumentales en el país no faltan, pero tampoco sobran. Y aunque es posible crecerlos como bonsáis, la ausencia de ejemplares gigantescos que hayan superado los 500 años habla de nuestra incapacidad de conservar lo que vale la pena.
Lo de llamarlo con la voz náhuatl ahuehuete (viejo de agua) es una moda centralista. En todos lados se les conoce como “sabinos”, que es el nombre que le dieron los españoles. En cambio, el bello nombre purépecha de “pénjamo”, quedó sólo para la toponimia. En el mundo le dicen “ciprés mexicano”, pues se distribuye desde Guatemala hasta el sur de Estados Unidos. No importa el frío o el calor, la humedad o la resequedad, lo crucial es tener un arroyo cerca.
Los más célebres. Con 2000 años de vida, el inolvidable árbol del Tule, en Oaxaca, es posiblemente el organismo vivo más viejo de todo el país y también el más ancho que se conozca. El “sabino de San Juan”, en Xochimilco, es apenas un niño comparado con él, pues apenas tiene alrededor de 700 años. Más célebre y aún más joven es el árbol sagrado de Chalma, con tal vez 250 años. Otro conjunto interesante es el que se observa en la carretera México-Texcoco, en el Parque Nacional El Contador y cuya siembra se atribuye a Nezahualcóyotl. Sin embargo, posiblemente el único bosque de ahuehuetes en todo el país está en la ribera del Río Blanco, en Veracruz, particularmente cerca de Ciudad Mendoza.
Cadáveres famosos. El más famoso cadáver debe ser el del Árbol de la Noche Triste de Tacuba, donde presuntamente Cortés lloraba su única derrota frente a Tenochtitlán. Hay que decir que este tronco muerto tiene su polémica, pues hay quienes aseguran que el episodio ocurrió realmente a los pies de un ahuehuete bien vivo en San Juan Totoltepec, Naucalpan. Otro triste cadáver es el Sargento, en el Bosque de Chapultepec, cuya siembra fue atribuida a Moctezuma y Nezahualcóyotl en 1460.
Jóvenes promesas de la ciudad. En el Paseo de la Reforma, afuera del nuevo Senado, el 30 de septiembre de 1910 Porfirio Díaz sembró un ahuehuete dedicado a Benito Juárez. Hoy, a sus 103 años crece alto, pero con competencia por luz y espacio entre banquetas y otros árboles. Por otro lado, más adelante hacia Chapultepec, la glorieta de la Diana, fue dedicada a los ahuehuetes, donde está el conjunto más numeroso que conozca en la ciudad. Además, el ahuehuete conmemorativo más joven pudiera ser el que se dedicó a Miguel Ángel de Quevedo, y fue sembrado en febrero de 1984 en la Alameda Central.
Cazando ahuehuetes en el Valle de México. Pero más allá de los célebres, yo tengo mis favoritos que vigilo con atención. Uno en el atrio del ex Convento de San Diego de Churubusco y otro más en el Jardín Ramón López Velarde o Parque Blackhawk, como le dicen ahora, sobre Avenida Cuauhtémoc frente al Centro Médico. También hay un conjunto que luce muy antiguo en Avenida Universidad, en la ribera de lo que hoy es el caño del Río Magdalena. Pero de pronto, en un paseo por la Colonia del Valle, en la calle de Concepción Béistegui se asoma uno que ha ganado gran altura frente a una privada, y que se ha convertido en uno de mis favoritos. Tal vez sería bueno que detectáramos y adoptáramos nuestros ahuehuetes consentidos. El primer paso es, por supuesto, reconocerlos.