Por José Ignacio Lanzagorta García
@jicito
Muchas son las razones que pudieran tenerse para visitar el ex Colegio de San Francisco Xavier en Tepotzotlán, pero la de echar un vistazo al monumento con el que finalizaba el Acueducto de Chapultepec es una de las mejores: la fuente orginal de Salto del Agua. Ahí, en lo que fue la huerta conventual, a la vieja ruina pareciera habérsele construido un santuario de retiro espiritual. La fuente, originalmente llamada de Belén, lleva el destino que el de muchas viudas de la nobleza novohispana: el recogimiento y la clausura, el ocaso de la vida en un convento. Muerto el acueducto, la fuente se dio a sí misma como dote a uno de los más suntuosos monasterios del Valle de México, hoy Museo Nacional del Virreinato.
Una posibilidad para el fin de semana es pasar primero por ese convulso cruce de Eje Central donde Arcos de Belén cambia de nombre a José María Izazaga. Esta tortura de ruido, humo y semáforos se sugiere para ver el encuentro frente a frente, pero divorciado, de la Capilla de la Purísima Concepción y la réplica de la fuente que Ignacio de Castera colocó en ese punto en 1779. La resistencia de ambos monumentos en un sitio tan adverso habla bien de la ciudad. Vale la pena después lanzarse a Tepotzotlán para, entre tantas cosas, encontrarse con la original.
Castera era un arquitecto neoclásico. Su generación representa el fin de más de una centuria de toda una forma de construir, pensar y vivir en la colonia. Un repudio al dorado garigoleo con santitos. Castera fue uno de los últimos arquitectos principales novohispanos, que junto con los suyos, participó en la renovación neoclásica de fachadas, retablos e infraestructuras. Sin embargo, aún en el espíritu de ruptura, Castera construyó una fuente barroca.
Dicen algunos que el barroquismo del Salto del Agua se debió a ser una de las obras tempranas de Castera o bien que forma parte de un momento de transición del barroco al neoclásico. A mí me gusta pensar que Castera, con un par de pilastras salomónicas, el escudo de la Ciudad de México y, coronada en su remate con una mujer española y otra indígena. quiso dar un monumento representativo de la ciudad. Un símbolo de lo que era. Un Castera de hoy tal vez haría otra cosa.
El Acueducto de Chapultepec funcionó a hasta mediados del siglo XIX. Su destrucción fue lenta y hoy le sobreviven apenas unas cuantas arcadas por la Zona Rosa y la todavía más vieja fuente de Chapultepec que abría el acueducto. Funesta suerte tuvieron la fuente de La Mariscala y el otro gran acueducto que surtía a la ciudad. Con las obras del Metro y la apertura de los ejes viales, algún piadoso optó por llevarse la fuente de Salto del Agua al flamante Museo Nacional del Virreinato (abierto en 1964). Y se colocó en su sitio una réplica hecha por Guillermo Ruiz. Tal vez esto fue un mejor homenaje a la fuente final que la decisión de dejar aislada, estresada y casi oculta la inicial de Chapultepec.