Enterrada debajo de la actual Ciudad de México se encuentra la capital del imperio mexica: Tenochtitlán. Su origen, que oscila entre hechos históricos y mitos, se situó en un islote de la ribera occidental del casi extinto Lago de Texcoco.
El legado más tangible que tenemos de la civilización tenochca permanece en los vestigios del Templo Mayor y sus alrededores. Debido a la expansión de la Ciudad de México, la mancha urbana ha devorado sitios prehispánicos como Cuicuilco, Iztapalapa, Coyoacán, Azcapotzalco, Tlatelolco y Churubusco, dejando literalmente una ciudad enterrada bajo la otra.
Este resultado deja un amplio campo de investigación para los arqueólogos, en especial para Eduardo Matos Moctezuma (1940), quien desde 1978 ha sido el principal encargado de desentrañar los secretos que esconde el Templo Mayor, emplazamiento que simboliza la cosmovisión de la antigua capital mexica.
Como parte de la programación del Festival del Centro Histórico, el prominente arqueólogo mexicano ofreció la conferencia Tenochtitlán: la ciudad oculta debajo de la Ciudad de México en una de las aulas del Colegio Nacional.
Dicho recorrido histórico inicia con los primeros asentamientos de los mexica,s hasta la consolidación y apogeo de Tenochtitlán tras el sometimiento del altépetl (señorío) de Azcapotzalco y el establecimiento de la Triple Alianza (Tenochtitlán-Tetzcuco-Tlacopan).
“Nada más para que se den una idea, al momento de la llegada de los españoles, más de 370 pueblos eran tributarios de Tenochtitlán”, remarcó Matos Moctezuma.
Es por ello que, ya consolidada la conquista española, Hernán Cortés toma la decisión política e ideológica de construir la colonia sobre la capital mexica, considerada el centro del poder por las numerosas civilizaciones mesoamericanas de la época, y deseaba que ese poder se viera reflejado en ellos, dando paso a la destrucción de templos y demás construcciones.
“(El Templo Mayor) era el lugar en que el mexica consideraba que, digamos, estaban presentes sus principales deidades como Tláloc y Huitzilopochtli, pero más importante aún, era el lugar por donde simbólicamente se podía subir a los niveles celestes y bajar al inframundo, y de ahí partían los cuatro rumbos del universo. O sea que era el centro fundamental, por lo tanto, había que destruirlo”.
Con el paso del tiempo y el afianzamiento de la Nueva España se fue perdiendo cualquier indicio de Tenochtitlán. Sin embargo, el mítico altépetl ha mostrado una vigorosa voluntad por salir de nuevo a la luz. A finales del siglo XVIII, bajo el mandato del virrey Juan Vicente de Güemes, se llevaron a cabo varias obras que abrieron paso al descubrimiento de Coatlicue —la madre de los dioses— y posteriormente, la Piedra del Sol.
Después de posteriores hallazgos esporádicos, el antropólogo Manuel Gamio encuentra en 1914 una esquina del Templo Mayor, pero no se profundiza en la revelación. No es sino hasta 1978, cuando trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro realizaban excavaciones para el cableado subterráneo, encuentran el monolito de Coyolxauhqui y el Instituto Nacional de Antropología e Historia emprende la faena de la exploración del Templo Mayor.
Ahondando en la indagación del centro religioso más importante de los mexicas, se logra percibir que la construcción está compuesta por varias capas arquitectónicas —como una cebolla— edificadas en distintas etapas constructivas; al igual que una impresionante revelación de ofrendas y elementos inherentes a la cultura tenochca —exhibidos en el Museo del Templo Mayor— que el también miembro de la Academia Mexicana de la Historia detalló en su plática.
Igualmente, recordó los hallazgos de origen tanto precolombino como colonial del Programa de Arqueología Urbana, provenientes de excavaciones de la Catedral Metropolitana a finales de la década de los 90, así como el descubrimiento del monolito de Tlaltecuhtli —deidad dual de la tierra— en 2006, reconocido como la obra artística mexica más grande encontrada hasta la fecha. Al removerlo, los investigadores se llevaron la sorpresa de encontrar varias oblaciones caracterizadas por sus riquezas culturales y biológicas, ya que contienen restos de animales marinos pertenecientes a corales, moluscos, reptiles y peces, como el pez sierra (Ofrenda 126); al igual que cuchillos, collares y pendientes (Ofrenda 125).
En 2011, descubrieron un piso de lajas labradas y un cuauhxicalco (templete de carácter religoso) decorado con cabezas de serpiente.
Al finalizar la conferencia, Matos Moctezuma rememoró una anécdota que tuvo con un periodista que le preguntó sobre la cantidad exacta de sitios arqueológicos en el país para lo que él respondió: “Solamente hay una zona arqueológica y se llama México. Donde ustedes excaven va a aparecer algún tipo de vestigio del pasado”.
De esa manera, concluyó recalcando la importancia de la arqueología para “penetrar en el tiempo” y el privilegio que tenemos de encontrarnos en un país donde habitaron, desde recolectores y cazadores hace 21 mil años antes de nuestra era, hasta civilizaciones altamente desarrolladas como Teotihuacán, Monte Albán y Tenochtitlán.