“El tiempo, para poder ser expresado por el lenguaje, tiene que ser absoluto; ésta es una proposición acerca de la relación imposible entre el tiempo y el lenguaje; porque el lenguaje que la expresa es el producto relativo de una operación absoluta: el pensamiento.”
Salvador Elizondo
¿Sobre qué lineamientos se basan los que están arriba de la jerarquía artística en México para rendir homenaje a los muertos? Esa obsesión por desenterrar y erigir en un pedestal a los artistas nacionales una vez muertos es algo que llegó a interesar a Salvador Elizondo (1932-2006), quien se lo atribuyó al orden burocrático en el país.
Y así, la ironía siempre presente en la historia se manifiesta una vez más con la nueva exposición del Museo del Palacio de Bellas Artes (MPBA): Farabeuf: 50 años de un instante.
Como lo dice su título, la razón de ser de esta muestra es conmemorar el 50 aniversario de Farabeuf o la crónica de un instante (1965) ‒o simplemente Farabeuf‒, la no-novela del escritor, poeta, dramaturgo, ensayista, narrador, traductor y crítico literario.
La relevancia de esta insólita obra es su carácter iconotextual. El uso de los elementos visuales presentes en la lectura representó una ruptura con lo que se estaba produciendo en la literatura mexicana. No se había visto nada igual en términos narrativos y lingüísticos, al introducir elementos ajenos de la literatura a la misma, motivo por el cual Elizondo fue acreedor al Premio Xavier Villaurrutia.
Dividido en tres partes, el libro señala esas relaciones iconotextuales en elementos paratextuales (texto que acompaña a la obra) e intertextuales (texto fuera de la obra con la que tiene relación), los cuales establecen una lectura específica de la misma.
Farabeuf no es fácil de comprender, pero el concepto curatorial de la exposición delinea claramente el proceso creativo del autor, a través de cinco núcleos compuestos por más de 110 piezas, como manuscritos, impresos, fotografías, dibujos y fragmentos fílmicos.
Parafraseando a Adolfo Mantilla, curador de la exposición, ésta busca evidenciar la trascendencia de la obra literaria por medio de la exhibición de los materiales que utilizó Elizondo para su creación.
Primeramente se muestra el principio del montaje, concebido por el cineasta soviético Serguéi Eisenstein, al igual que los ideogramas chinos como la base creativa del autor.
El aspecto visual está reforzado por las fotografías del francés Eugène Atget (1857-1927) y los registros fotográficos de víctimas de la famosa ejecución china, conocida como Leng T’che o “muerte por mil cortes”, caracterizada por el desmembramiento y la extracción de pedazos del cuerpo de los inmolados para al final terminar con su vida por medio de la decapitación o una puñalada al corazón. Esto causó un gran impacto en Salvador Elizondo, quien decidió plasmar en su obra el segundo previo en el que el supliciado está a punto de morir.
Las imágenes de Atget, que son famosas por mostrar el surrealismo en la cotidianidad y la descontextualización de lo que retrataba, gracias a la capacidad intuitiva del fotógrafo, evocan los espacios que se narran en Farabeuf.
El aspecto bibliográfico se ve sustentado por el estudio de manuales médicos, principalmente el del cirujano francés Louis Hubert Farabeuf, el cual también es el protagonista de la narración.
El objetivo de tomar estas fuentes, aparentemente sin relación con la literatura, es que el autor crea imágenes poéticas, constituidas por elementos aparentemente inconexos, como la disección y amputación de los cuerpos con los ideogramas chinos.
El producto final de estas asociaciones intuitivas es Farabeuf, una obra con un nivel de experimentación no visto antes en la literatura nacional. Después de su publicación se comprendió que la literatura puede expandirse a otras disciplinas para cruzar umbrales y alcanzar nuevos niveles de comprensión. En este caso, se acude a la pintura, la caligrafía, el cine y la anatomía para presentar una nueva forma narrativa, además de resaltar la fuerte influencia de la filosofía oriental como el taoísmo por medio del I Ching o “Libro de las mutaciones” ‒escrito en el siglo III a.C.‒ y El secreto de la flor de oro, obra taoísta sobre la meditación.
Las principales temáticas del escrito son el erotismo, el placer, la repulsión y la adivinación por medio de conjeturas y suposiciones que despiertan una sensación de incertidumbre. Esto sucede al referir acontecimientos superpuestos, que causan confusión y cierta nostalgia. En realidad no sucede nada sustancial en toda la obra, por eso no se considera una novela.
El principal motor de Farabeuf es la intención de expresar de manera intuitiva el tiempo, a través de distintos ángulos y perspectivas que buscan recrear un instante.
Más que contar una historia, se cuentan una o varias experiencias; sensaciones que todos experimentamos al ver una película, una pintura o una fotografía, pero que no se pueden poner en palabras, objetivamente.
“La experiencia del dolor creo que es más, muchísimo más intensa imaginada que experimentada; yo creo que en los extremos de dolor físico que están representados en la fotografía del torturado chino en la que me basé para escribir Farabeuf, el dolor que expresa esa fotografía es muchísimo muy superior en términos de literatura, claro está, al dolor físico que experimenta el chino que está siendo torturado”, llegó a comentar Elizondo en una entrevista para la Revista de la Universidad de México.
Asimismo, destacó su preferencia por el mundo interior para su creación literaria. Lo cual explica visiblemente en qué territorios se mueve esta icónica obra.
“Yo he optado por el mundo de la realidad interior tal vez porque no tengo el poder de observación, de análisis y de fijación de la atención que serían necesarios para que yo pudiera poner por escrito ese análisis que yo mismo estoy incapacitado de hacer, mucho menos de escribir. La realidad exterior me parece menos rica tanto en experiencias negativas o positivas, mucho más ricas en la realidad interior.”
Probablemente Salvador Elizondo no hubiera estado completamente de acuerdo al saber de esta exposición. Sin embargo, representa una oportunidad para el público que no conoce su creación literaria se acerque y profundice sobre su capacidad para experimentar y tomar influencias de distintas disciplinas y adaptarlas a su escritura.
Farabeuf: 50 años de un instante también sirve para observar el andamiaje que sustenta este escrito y reflexionar sobre las infinitas posibilidades que existen para hacer arte de calidad.
La muestra estará en exhibición hasta el 4 de octubre en la Sala Justino Fernández del MPBA.