Arte y Cultura

Cómo salvar lo único que nos queda

por Eduardo Pérez

@eduardo_dice

El Centro de la Ciudad de México tiene un lugar muy importante en mi vida. Tengo demasiadas historias alrededor de él.

El “Centro” ha sido, por mucho, un lugar mágico para mí. Lo tengo en la memoria desde que, siendo un niño, mi padre me llevaba a caminar por sus calles hasta encontrar Casa Boker; pasando por aquella etapa de mi adolescencia en la que me empeñé en buscar cada lugar que González Obregón mencionaba en su libro Las Calles de México; hasta ahora, que renombré a una tienda de materiales de dibujo de la calle de Bolívar, como “mi Tiffany”, o cuando tuve aquél último desayuno en El Cardenal con la persona a la que más he amado en mi vida. El Centro siempre ha estado presente en mi vida, e imagino que en la de muchos habitantes de esta Ciudad.

Hoy caminaba por Avenida Juárez y, al llegar a Eje Central, quedé atónito, triste, envuelto en una sensación de desasosiego e incertidumbre. Hoy, al llegar al cruce de Avenida Juárez y Eje Central, el Centro dejó de existir. Estaba clausurado. Una enorme valla de madera cubría por completo la entrada a la calle de Madero, esa por la que uno puede entrar al corazón de la Ciudad y a la galería de mis propios recuerdos.

Conozco claramente el lugar en el que vivo; sé el motivo del cierre, sé que hoy por la tarde habrá una gran marcha que no sólo interrumpirá el tránsito de la Ciudad. Hoy habrá una marcha, que en los momentos en que se publica esta columna, probablemente estará llenando todos los espacios posibles de medios de comunicación y una buena parte de la conversación de redes sociales en el país.

Hoy por la tarde las personas caminarán –y confío en que lo hagan pacíficamente- por una Ciudad llena de zozobra como nunca antes lo había percibido.

Hoy mi Ciudad será cerrada reclamando justicia, y mi Centro será poseído por miles de personas que llenarán el aire con llamados a la verdad.

Hoy me duele la memoria visual de una Casa de los Azulejos incompleta, escondida, protegida detrás de una valla de madera, y sólo deseo que mañana esa imagen siga igual, es decir, intacta.

Deseo que mañana no haya nada que lamentar; que la valla de madera siga ahí, como la vi hoy, aguardando a los hombres que la levantaron, esta vez para ser retirada.

Deseo que mañana el Centro pueda reaparecer ante la mirada de todos los que lo vemos como una parte imprescindible de nuestra historia, y que la historia de hoy sea una anécdota a partir de la cual surgió un mejor lugar para vivir.

Mientras eso sucede, confío en que la nobleza de este país sepa llevar, además de un llamado de justicia, un hálito de esperanza que nos conduzca a la reconciliación. Porque ese es el principio para salvar lo único que nos queda: nuestro futuro.

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