¿Cómo suena cuando despluman una gallina? La pregunta rondó el estudio por un par de días. Nadie había escuchado nunca ese sonido. ¿Será como cuando despegas velcro o una cinta adhesiva? ¿Como cuando raspas la piel? ¿A qué otra cosa que hayamos escuchado antes suena? Los productores se paseaban de un estudio a otro probando sonidos ya existentes en las bibliotecas de audio, o preguntándose entre ellos cuál sería la mejor manera de resolverlo.
El efecto era necesario para sonorizar una escena en la secuencia inicial de la cinta brasileña Ciudad de Dios, de Fernando Meirelles. En ese entonces, trabajé unos meses para un estudio de producción de audio que se dedicaba a hacer el diseño sonoro de películas y comerciales, y que encabezaba Martín Hernández.
Antes de llegar ahí nunca pasó por mi cabeza que, sin audio, el cine es la mitad de lo que disfrutamos en la sala. Un poco lo mismo en la vida cotidiana. Aunque creas estar en silencio total, siempre hay sonidos que pasan desapercibidos, como el de un foco encendido o el roce de la ropa cuando nos movemos, elementos que para los productores de audio son fundamentales en su misión de crear un ambiente que, dentro de la ficción cinematográfica, nos acerque a la realidad.
Un día hubo gallinas en el estudio. Corrían en una caja de arena y los productores morían de risa mientras grababan, tanto los cacareos como los pasitos de las aves. Otro día teníamos que ambientar una escena al interior de una morgue, de la película mexicana Asesino en serio. En ese momento supe que los focos también se escuchan.
Era un mundo fantástico en el que los sonidos cobraban tal importancia que todo lo demás pasaba a segundo plano. A veces cerraba los ojos y dejaba de ver el video, para recrearlo en mi mente. Con el sonido puedes perderte en paisajes en los que no necesitas ver nada, sólo escuchar y dejarte ir. Ilustrar con sonidos es un reto mucho más complicado, creo, que con imágenes.
Martín Hernández estuvo nominado en la reciente entrega de los premios Oscar a edición de sonido por Birdman, de Alejandro González Iñárritu. Y es que, debo confesar, al salir de la sala después de ver esta cinta, cuya narrativa visual es impresionante, lo que más me gustó fue el diseño sonoro. Claro, no son los disparos y cañonazos de El francotirador o los ambientes espaciales de Interestelar, sino la vida cotidiana de un actor en un teatro. ¿Qué tanto podría implicar eso? Mucho. No es sólo filmar las escenas y pensar que todo el audio ya está ahí. Hay que lograr que, a través de la edición de sonido, el espectador sienta que está ahí, en el camerino del actor, en los largos pasillo hacia el escenario, en la carrera semidesnudo por Times Square o volando entre los rascacielos de Nueva York. Si bien el trabajo de Martín Hernández y su equipo no fue reconocido por la Academia de Cine con un Oscar, sí recibió el Golden Reel que otorga la Sociedad de Editores de Sonido en Estados Unidos (Motion Picture Sound Editors), por la mejor edición de sonido en la rama de música. Y claro, el score que hizo el baterista Antonio Sánchez para la cinta es perfecto.
Desde aquella experiencia en la producción de audio veo el cine diferente: lo escucho, y me sigo sorprendiendo cuando un buen diseño de audio logra envolver al espectador en ese mundo increíblemente real al que nos transporta la imagen.
Han pasado más de 10 años de que saltó esa pregunta. A la fecha, no sé a ciencia cierta a qué suena cuando despluman una gallina. Lo que sí sé es que cada que veo Ciudad de Dios, la piel se me pone de gallina al escuchar el trabajo sonoro que nos transporta a las favelas en Brasil. Y me pregunto si, cuando voy al cine, habrá alguien más que en la sala a quien se le erice la piel cada que un avión cruza de un lado a otro de la pantalla o cuando el foco de una sala de interrogaciones no deja de zumbar.