por Eduardo Pérez
Dicen que hay cosas que uno debe dejar reposar para verlas con mejor perspectiva.
Ya han pasado varias semanas desde la conmemoración del 50 aniversario de la creación del Museo Nacional de Antropología, un par de semanas desde el ensayo del video mapping por los 80 años del Palacio de Bellas Artes y sigo indignado.
I
Durante el discurso Miguel León Portilla en la conmemoración del Museo de Antropología, el historiador hizo referencia a una anécdota sobre su conversación con el entonces Presidente de México, Adolfo López Mateos, acerca de la creación del recinto: “Nos pidió dos condiciones: una era que fuera inaugurado antes de que concluyera su sexenio…”.
Donde yo estaba, el corral de prensa, se escucharon comentarios mordaces y aspavientos susurrados que pretendían ser queja, lamento y crítica.
Después, en el discurso de Rafael Tovar y de Teresa, escuché abucheos por lo bajo mientras éste se refería a la cultura como punta de la política de Estado.
No entendí las quejas ni los abucheos. No los entiendo. No niego la historia y conozco, tal vez, tanto como aquellos que se manifestaron de esa forma, la historia política de este país. Sin embargo, no acepto que aquellos que son los responsables de la difusión de la cultura en México, quienes se ven beneficiados al recibir un salario por cubrir y dar a conocer las actividades culturales del país, abucheen los esfuerzos que se llevan a cabo, y que directamente generan trabajo para ellos.
No lo entiendo porque en Arte y Cultura no recibimos sueldos ni subsidios. Todos los gastos los cubrimos con nuestros propios ingresos, generados por otros quehaceres.
No entiendo por qué los responsables de la difusión de uno de los elementos fundamentales de la constitución de la sociedad, y que son remunerados, ya sea por el Estado o por empresas privadas, vilipendian los esfuerzos gubernamentales por mantener a la cultura viva.
II
Sí, reconozco que El Universal y Reforma nos ganaron la nota a todos los medios acerca de lo que se cocinaba en la fachada del Palacio de Bellas Artes para celebrar su 80 aniversario, y los felicito por eso. Por estar ahí haciendo su trabajo.
Sus fotografías se publicaron en todas partes, y el área de prensa del Palacio tuvo que improvisar un ensayo para los medios aunque, con honestidad, no creo que fuera su obligación. Sería tanto como pedirle a un futbolista en la final de torneo que repitiera un gol porque un fotógrafo estaba tomando a las tribunas.
Cuando al fin, el Palacio de Bellas Artes anunció la primera función de video mapping para todo el público, la explanada se llenó, estaba a reventar.
Nadie sabía lo que sucedería, lo que verían. Sólo sabían que habría un espectáculo de luces proyectado sobre la fachada del Palacio.
El espectáculo de música y mapping tuvo una duración de alrededor de 8 minutos, y el resultado fue una ovación enorme de toda la gente reunida, orgullosa, contenta de ser partícipe de la celebración de un edificio que ha formado parte de la historia de todos nosotros.
Días después, un “periodista, comentarista y conductor” publicó en su cuenta de Twitter que “la iluminación” del Palacio de Bellas Artes le parecía horrenda, acompañándolo de una fotografía que ya se había publicado días antes en otros medios. Su siguiente tuit, acompañado de la misma fotografía, lo cito textualmente: “Si mi General Diaz Mori viera esto fusilaría al responsable”.
Mi respuesta fue tan inmediata como inquisitoria: “¿Viste el mapping completo, o sólo esta imagen?”.
Respondió: “Completo. Nada es digno de su grandeza”.
Me vencí. No entendí si el autodenominado periodista y comentarista sabía que lo que se presentó en el Palacio de Bellas Artes no fue una simple iluminación, sino una manifestación cultural generada por los avances tecnológicos, y que en muchos países del mundo ha crecido tanto que forma parte de los atractivos turísticos de esos lugares.
Me pregunto si su comentario acerca de “mi General” lo hizo consciente de la multiplicidad de interpretaciones que pudiera tener y es sólo un pobre reaccionario que no conoce la historia del Palacio.
También me pregunto si de existir aún Díaz Mori, y estar en el poder, el Palacio de Bellas Artes seguiría siendo el Teatro Nacional; o bien, dado el interés del personaje por mantenerse a la vanguardia de su contemporaneidad hubiera rechazado el espectáculo por ofender a su gusto y sin considerar al video mapping como una manifestación cultural de vanguardia, o bien, lo hubiera acogido.
Lo cierto es que en este caso vuelve a ser un periodista quien critica y denosta los esfuerzos de los responsables de hacer de la Cultura una Política de Estado, por simple interés de ser ellos quienes tienen la última palabra.
Quizás este periodista y comentarista hubiera deseado que, dado que “nada es digno de su grandeza”, el Palacio de Bellas Artes no hubiera hecho ningún esfuerzo por celebrar sus 80 años y así poder criticar a las instituciones por no hacer nada.
Quizás no entendió que el recinto es un lugar de todos y que el espectáculo era para todos; que celebraba, no sólo al Palacio, sino a los millones de historias que se han tejido por todos nosotros a lo largo de los 80 años de existencia del inmueble.
III
Es cierto, la cultura es obligación del Estado; la difusión de la misma también lo es, en parte. Pero rechazar de primera instancia todo lo referente a las instituciones y sus representantes nos aleja del principio de ser mejores, y de la posibilidad de asumir nuestro papel de actores y participantes en la difusión de la cultura en México.
Quizás algunos reciban una retribución económica en forma de salario por difundir la cultura. Algunos de nosotros lo hacemos por amor al arte. Pero lo cierto es que las personas que están afuera de estos círculos se merecen el respeto y el interés de nuestra parte, y sobre todo se merecen una prensa actual, que entienda sus necesidades de información, y no opiniones personales acerca de lo mal que está la cultura en el país. De eso ya tenemos mucho en otros sectores.
Así pues, yo también critico desde mi trinchera, pero critico a aquellos que, cansados de una vida de cubrir eventos culturales, sólo hacen la nota fácil, cumplidora, y se olvidan de que nuestro trabajo es hacer que las personas que nos leen se muevan de donde están y asistan a los museos y recintos culturales para disfrutar.
También critico a aquellos que, en su papel de “influenciadores”, se toman demasiado en serio y sueltan a la ligera una mezcla de disgusto por la actualidad del arte y su añoranza por un pasado que no dejó más que muertos sin historia.
Por eso, porque yo también critico, sé que en esa misma dualidad puedo agradecer. Y por eso agradezco a todas las personas, políticos, presidentes, artistas, emprendedores, empresarios y asistentes a recintos y actividades culturales, su interés por llenarse los ojos, los oídos y el tacto de la maravilla que es la cultura en un país como el nuestro.
Muchas gracias y muchas felicidades a quienes trabajan con pasión por llevar la cultura a todos. Ojalá que vivamos lo suficiente para celebrar otros aniversarios llenos de alegría de México.