por Eduardo Pérez
Cuando uno compra arte en el mercado secundario existen dos temas que hay que valorar: la autenticidad de la pieza y su estado.
No quiero hablar de la autenticidad porque no soy experto en eso, y quiero creer que las pocas piezas que tengo las han vendido de buena fe y sin dolo.
Pero cuando toco el tema del estado de conservación, no sólo se trata de precio; es una historia completa, es la magia que me lleva, a veces, a elegir una pieza en particular. Esa es, para mí, la magia de comprar en mercado secundario: la historia de la obra. Y una parte de esa historia es el estado en el que se encuentra.
Hay piezas tan bien cuidadas que pueden permanecer como están para siempre; pero existen otras, aquellas que tomo con más cariño, que necesitan ser atendidas, que necesitan ser tratadas con cuidado, que necesitan un poco de atención para que vuelvan a la vida; y a veces sólo es necesario un pequeño cambio, pero es una gran decisión.
En ese caso, para mí, existen dos tipos de obras de mercado secundario: la que se queda como está y la que se vuelve a enmarcar, a riesgo de perder autenticidad y hasta dañarse. Cuando decides hacerlo es porque, además de conocer a un buen marquero, decides que esa pieza forme parte de tu vida para siempre.
Lo mismo sucede con las relaciones.
Uno puede tener muchas o pocas, pero hay alguna que te marcó; una a la que, a pesar de los momentos difíciles que se hayan tenido o lo mal que haya terminado, uno decide cambiarle el marco para recordar lo maravilloso de esa relación. Y que se quede contigo para siempre, como un tesoro invaluable en tu vida.
Hace unos días platicamos con Carmen Reviriego, autora del libro El laberinto del arte, y nos decía que en ocasiones es posible conocer la biografía de un coleccionista a través de la obra que posee.
Creo que sucede lo mismo con las relaciones: uno puede llegar a conocer a una persona a través de su colección de experiencias.
También nos dijo que la verdarera función del arte es la de sorprendernos a diario.
Creo lo mismo acerca de la vida.
Hace muy pocos días colgué en el estudio un collage recién enmarcado. Ayer por la noche un amigo me reclamó por haberme quedado con esa obra que me pidió comprara para él y no alcanzamos el precio. Lo desmentí, me reclamó, revisamos el catálogo de subasta y me dio la razón a medias: “Es que con ese marco que le pusiste se parece más a la que quería”, me dijo.
A veces, un pequeño cambio nos hace maravillarnos nuevamente, enamorarnos nuevamente, amar nuevamente.
Y es que a veces sólo hace falta cambiar el marco o la moldura con que se mira a la vida.