Arte y Cultura

El arte salva, ¿y el amor?

Por: Eduardo Pérez
@eduardo_dice

Estas primeras semanas del año han sido una locura. Hemos corrido de un lado al otro y tenido reuniones larguísimas de planeación. Podría decir que hemos vivido tres meses en uno solo, lo que significa que sólo restan nueve meses del 2015.

Esto no es una queja, es un enorme agradecimiento.

Siempre he dicho que soy un afortunado; que de pronto la vida me pone en el lugar exacto para regalarme unos instantes de felicidad que me obligan a seguir coleccionando más instantes que nadie pueda creer.

¿No me creen?

En estas semanas he hablado con quienes dan vida a la ópera en México, con grandes artistas internacionales; he visto más arte del que puedo absorber, he visto nacer ideas brillantes de la gente joven que forma parte de Arte y Cultura, y he tenido el privilegio de hablar acerca del arte y los medios digitales, el marketing y el mercado.

Siendo parte de mi trabajo, es normal que esto suceda. Sin embargo, encuentro casualidades que me hacen repetir lo dicho: soy un afortunado.

Tuve la oportunidad de platicar con un importante galerista mexicano sobre el arte contemporáneo y la charla fue maravillosa. A cambio nos regaló algo que jamás pensé ver: de pronto, en la mitad de su galería se detuvo, nos miró seriamente, y nos preguntó con su gran sonrisa: “¿Fueron a ver la exposición de Kusama?”.

Nuestra respuesta fue enfática: “¡Sí!, desde la conferencia de prensa”.

“Ahora van a ver algo único”, nos dijo. Y tomó un cuadro perfectamente embalado por sus conservadores y listo para ser transportado. Lo llevó a su oficina, invitándonos a seguirlo, y ahí, como un niño que recibe un regalo de cumpleaños, desempacó el cuadro, y gritó: “Infinity Dots”.

Tomó el cuadro desempacado, caminó de prisa hacia una pared y nos dijo con una enorme sonrisa: “¡Miren, Hirst y Kusama juntos, puntos con puntos!”

Y ahí estábamos, todo el equipo de producción de Arte y Cultura, en silencio; sin saber qué decir, contemplando aquellos dos pequeños cuadros de dos de los artistas contemporáneos más reconocidos en el mundo.

Lo vuelvo a decir: soy un afortunado.

Sin embargo, estoy consciente de que soy humano, y por tanto no puedo tenerlo todo.

Como ejemplo, en el estudio hay una enorme pared blanca que en momentos parece un enorme hueco que me hace pensar en el vacío profundo. He hojeado montones de libros y recorrido páginas web de galerías buscando cómo hacer que ese vacío desaparezca. Por más que busco soluciones, el hueco sigue ahí como un recordatorio de que no puedo tenerlo todo.

En ocasiones me siento frente a él e imagino lo que podría estar en ese lugar: una escultura, una instalación, una fotografía, una obra gráfica o plástica; otras, les pido ideas a mis amigos sobre qué debería colocar ahí. Sus ideas van desde poner una regadera hasta hacer una escultura móvil con las sillas que tengo regadas por el estudio.

Otras veces me sorprendo perdido en la contemplación de la nada, en el simple recuerdo mientras estoy sentado frente a ese enorme vacío, y aparecen ante mí las historias que no cuento, las mañanas soleadas y las calles de Coyoacán en las que caminábamos jugando a ser niños, a ser adultos, a ser ancianos.

Ese vacío que existe a la mitad del estudio se llena de todo lo imaginable, y me deja contarme historias ciertas, falsas, llenarme la vista con lo que quisiera ver colgado un día en mis paredes o con lo que me habría gustado que fuera mi vida.

Es entonces cuando comulgo con una frase que Hilario Galguera nos refirió en esa entrevista en la que generosamente nos mostró a Kusama y a Hirst juntos: “El arte salva”. Es cierto.

El arte me ayuda a salvar el vacío, a escapar de ese blanco profundo, a imaginarme dueño de colecciones enteras, y me deja encontrarme en historias de amor que van más allá de una noche o de un sueño, de un mero capricho o de aquellos días en que daba mi vida por pronunciar su nombre a cambio del silencio.

El arte me deja escapar de ese hueco enorme, profundo, de color blanco que, en medio del estudio, parece ser el centro de un todo.

El arte me salva de caer en ese precipicio que conduce a ninguna parte; el amor, también.

Mientras escribo esto, miro de reojo ese enorme hueco y pienso que no puedo tenerlo todo, pero aun así soy un afortunado.

 

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