Ernestina Ascensión Rosario fue una mujer de origen nahua que vivió en la sierra de Zongolica en Veracruz. Su muerte en 2007 causó furor en todo el país, por las acusaciones de haber sido violada y asesinada por militares mexicanos en estado de ebriedad, a pesar de que las autoridades nunca aceptaron dicha versión. En vez de eso, declararon que había fallecido de parasitosis, hecho defendido por el entonces presidente Felipe Calderón, antes de que concluyera la investigación. Al final, después de varias inconsistencias de las pruebas, el caso se cerró, determinando el suceso como muerte natural, por lo tanto no procedía acción legal contra los militares involucrados.
Su muerte, además de provocar confusión a nivel nacional, evidenció un sinnúmero de incongruencias y reflejó la ineptitud de las instituciones estatales al tratar de esclarecer los hechos.
La razón por la que menciono esta historia en particular es porque el dramaturgo mexicano David Hevia (1964) concibió la pieza teatral El Juez de Tenochtitlán, inspirado por todo lo que simbolizan éste y muchos otros casos más sin resolver.
En ella, los estrambóticos caminos de la justicia en México, que transitan intermitentemente entre la realidad y la ficción, tienen lugar en una historia sin principio ni final.
Temas como la justicia, la sociedad, la religión y hasta lo existencial, desde el ámbito de lo nacional, se exponen a través de un prólogo, seis situaciones y un epílogo en donde ocho personajes, que representan arquetipos endémicos, existen por lo que dicen, sustentando la historia en la memoria trastornada por la otredad.
Más allá de la verdad jurídica e histórica, la obra busca plasmar la sensación de vivir inmersos en el descarnado surrealismo mexicano que se diluye en todos los aspectos de nuestra colectividad; encubriendo la impunidad, el clasismo colonial, el conformismo, el individualismo y el desprecio por un estado de derecho.
El Juez de Tenochtitlán da voz a personajes que no existen, pero que al ser representados muestran la memoria de una historia alterna. También se posiciona como un acto de resistencia ante el olvido y la resignación; un pronunciamiento en contra del sistema de castas que perdura hasta hoy en día, los privilegios de clase, el machismo y la descomposición social que se arrastra desde los tiempos del Virreinato.
Hevia expone en un discurso híbrido entre política y poesía el patrón sistemático que se ejerce desde las altas esferas del poder, para evitar dar a conocer los crímenes en los que se ven involucrados. Asimismo, consigue despertar esa conciencia política en el público, al presenciar la proyección actoral de los involucrados en una trama tan enredada como la realidad en México.
El crimen que tiene lugar en la puesta en escena es un caso fabricado para incriminar a Mente Cruz (Eduardo Segura) por la violación de una anciana, ya que él se encontraba en el lugar de los hechos. A pesar de la fragilidad de las pruebas en su contra, Mente no defiende su inocencia debido a que su condición social lo mantiene ignorante de la abyecta realidad. Este personaje se encarga de simbolizar a la clase oprimida en el país.
“Es una obra escrita con mucha agudeza y el montaje revela situaciones que en apariencia no estaban pasando, pero van emergiendo poco a poco eso que está soslayado; y teniendo un director de la envergadura del maestro Hevia, es reveladora”, comenta Mauricio Jiménez, quien interpreta a Don Alonso, el juez que se encarga de resolver el caso, personificando la doble moral que domina a gran parte de los mexicanos.
Carolina Politi se encarga de representar a Leonor, la esposa de Don Alonso. Su personaje se centra en manifestar lo que perdimos; la pertenencia de lo irreconocible y el romanticismo de ser mexicano. Ella ensalza los “valores que no sabemos dónde están ahora, como la dignidad, el respeto, la belleza, y como se ha dejado de mirar a la mujer ‒como la patria‒ que necesitan que la miren y no que la usen”, explica.
Otros de los paradigmas nacionales presentes en los intérpretes son el demacrado cinismo exhibido en gran parte de las figuras autoritarias del país encarnado por Hernández (Miguel Cooper); el conservadurismo y la fe resignada del catolicismo mexicano de Torres (Abraham Jurado); el aspecto extranjero sintetizado en la tez clara y el apellido de Patricia (Diana Sedano); y las contradicciones morales e ideológicas de Josefa (Alaciel Molas).
Es irrefutable el compromiso social del también actor y traductor, quien ha dirigido más de 30 obras en México y Alemania. Hevia forma parte del proyecto Pronunciamientos Escénicos, creado a partir de la desaparición de los 43 normalistas en Ayotzinapa; en su teatro busca provocar el reconocimiento de la audiencia con la otredad, para hacer surgir un sentimiento de empatía y solidaridad.
El Juez de Tenochtitlán se está presentando todos los miércoles en el Teatro El Milagro a las 20:30 h. La entrada general es de 180 pesos, mientras que el descuento a estudiantes, maestros e INAPAM queda en 90 pesos. Para los maestros y estudiantes de teatro, así como vecinos de la colonia Juárez el costo es de 60 pesos. Permanecerá hasta el 14 de octubre.