Por Gerardo López
Existen miedos atávicos que han acompañado a la psique humana, causando desasosiego, desesperación y dudas que alimentan la confusión y fascinación que tenemos hacia los mitos y creencias de nuestra cultura. En este caso, en la colección de relatos cortos contenidos en Demonia (Almadía, 2011), el tema central es el miedo al contagio a la locura, narrado en primera persona y mediante extractos de notas periodísticas.
Los nueve cuentos del escritor mexicano Bernardo Esquinca toman como escenario principal las calles y librerías antiguas del Centro Histórico de la Ciudad de México, lugar donde vive y labora actualmente. Otras historias se ambientan en lugares icónicos de la parafernalia del género de terror, como una carretera inhóspita, las montañas gélidas o los pasillos de un manicomio, unidos a los componentes inherentes de lo que significa vivir en México.
Entre ese racimo de cuentos envueltos en profunda oscuridad, resaltan asesinos seriales, demonios y espíritus con motivos inconclusos, hordas de insectos despreciables, crímenes descarnados y hasta elementos retomados de fuentes tan disímiles como la Biblia o la brujería.
Dichos elementos forman parte de la alegoría del miedo a perder la cordura, como si fuera una enfermedad infecciosa que amenazara nuestra estabilidad emocional y espiritual.
Esquinca retoma el contexto histórico de México para transformarlo en una dialéctica que hace cuestionar la propia salud mental, trascendiendo las barreras de la ficción y adentrándose en el miedo del individuo contemporáneo, quien está inmerso en un estilo de vida monótono regido por el frenético mecanismo de las urbes.
Entre los protagonistas atados a Demonia se distinguen figuras que batallan constantemente entre la línea que separa la locura y la sensatez como X, el adorador de moscas; el escritor obsesionado con terminar su sobrenatural historia en un hotel del Caribe; el epiléptico que sueña con una enfermera muerta; el infanticida que acecha las calles del Centro Histórico; o el reo que se aísla del resto del mundo en las cloacas de la ciudad, con el fin de ocultarse del Apocalipsis.
El literato tapatío confiesa ser fiel seguidor del reconocido Stephen King y al parafrasearlo ̶”La literatura de terror inventa miedos ficticios para poder hablar de los miedos reales” ̶, toma la premisa que utiliza como base para el desarrollo del estilo literario vertido en su colección de relatos cortos.
Ahondando en la intención de su narrativa en el libro, Bernardo explica su intención: “Creo que vivimos hoy en día una realidad muy prosaica, muy burda, muy vulgar; como todo lo que vemos en las noticias; la violencia. Creo que la labor de la literatura de terror es reinventar esa realidad para que el lector se encuentre con otras posibilidades que, por supuesto, le van a hablar del miedo cotidiano”.
Autor de novelas como Belleza roja, Los escritores invisibles y La octava plaga, mezcla los géneros policíaco, fantástico y de terror para crear un híbrido cargado de elementos propios de la nota roja y la pornografía.
Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del FONCA y ya ha publicado relatos cortos con anterioridad, bajo el título de Los niños de paja.