El compositor y productor australiano Ben Frost (1980) llegó una vez más a la Ciudad de México —después de presentarse en el festival MUTEK del año pasado—, con el profundo y seductor minimalismo electrónico que lo caracteriza.
En un casi lleno Foro IndieRocks!, el músico radicado en Reikiavik (Islandia) se presentó casi a medianoche del viernes, después de que la banda mexicana De Osos comenzó el concierto con sus melodías instrumentales post-rockeras.
La agrupación, compuesta por Anany Sc, Arturo Luna, Irving Palafox, Marco Vera y Julio López, captó la atención de la mayoría del público a pesar de no ser tan conocidos y no contar con voces que sustentaran las canciones.
En el lapso que tocaron para preparar al público que esperaba a Frost, lograron infundir un ambiente sugestivo que hacía mover a más de unos cuantos con su ritmo superpuesto por texturas electrónicas, provocando una inmersión en vaivenes cadenciosos y, hasta cierto punto, nostálgicos.
Al finalizar De Osos, los asistentes tenían la oportunidad de salir a la estancia común del Foro, donde se podía platicar un rato, comprar alguna bebida —después de sobrellevar la no tan sutil falta de atención de los encargados de la zona de bar— o dejar pasar el tiempo entre bocanadas de humo de cigarro, mientras el escenario se preparaba para el australiano, que tiene como repertorio cuatro proyectos discográficos: Steel Wound (2003), Theory of Machines (2007), BY THE THROAT (2009) y A U R O R A (2014).
Después de un rato, Ben Frost se hizo presente con su equipo electrónico y una guitarra eléctrica, que utilizó como instrumento complementario para contrastar sus armonías minimalistas con sorpresivas distorsiones, que hacían pensar en un rock poderoso con tenues elementos metaleros.
Oscilando entre el ruido discrepante y los penetrantes beats que marcaban un ritmo que incitaba a bailar, la etérea música de Frost hacía que algunos miembros del público optaran por cerrar sus ojos y dejarse llevar por las melancólicas texturas polifónicas, mientras la iluminación se desplazaba en consonancia con lo que se escuchaba por la estrecha habitación donde estaba el escenario.
La transición entre una canción y otra apenas era perceptible, lo cual daba la sensación de totalidad, que todo era parte de un conjunto estético.
El problema de la experiencia sonora del concierto fue que lo angosto del lugar provocaba una saturación que encimaba los sonidos y dificultaba la diferenciación entre un elemento sonoro y otro, pero tampoco logró opacar la función feroz y melódica del músico experimental, quien después de poco más de una hora agradeció el entusiasmo de los espectadores y salió del escenario, dejando sólo un leve y repetitivo ruido blanco que permaneció hasta que poco a poco comenzó a vaciarse el lugar.