por Eduardo Pérez
Recuerdo la época en la que ser llamado a la Selección Nacional de Futbol, El Tri, era sinónimo de reconocimiento, orgullo y honra para cada jugador. Recuerdo también que no importaba en qué equipo o latitud jugaran. Al ser convocados, no había nada más importante.
Aunque el país entero conocía el verdadero lugar de México en el Mundial de Futbol, todos admiraban a los seleccionados, y ellos, trataban de corresponder.
En los últimos periodos las cosas cambiaron; los jugadores jóvenes no tenían el nivel, algunos de aquellos profesionales que se habían preparado y puesto como objetivo marcharse a hacer carrera en otros países se negaron a participar, y sólo algunos jugadores con talento, que estaban disponibles, aceptaban el reto.
La popularidad de El Tri cayó; la desorganización y los malos resultados hicieron que el interés por ser llamado a la Selección se perdiera. Los huecos en las posiciones debieron ser llenados por jóvenes con talento pero sin experiencia y con algunos jugadores de medio pelo.
Eso mismo pasó con la Bienal de Pintura Rufino Tamayo. La magia se diluyó, dejó de ser el concurso más importante de pintura en México, y sólo los artistas con oficio de años que se comprometieron con su obra, su país y, sobre todo, con la posibilidad de ser reconocidos por este concurso decidieron participar. El resto de los 1022 participantes no tienen la trayectoria o el oficio, incluso la calidad, según comentaron en entrevista a La Jornada los curadores de esta edición.
Sin duda, la Bienal no deja de emocionarme; al final, es –o debiera ser- el escaparate de la mejor pintura actual mexicana. Sin embargo, se queda en la primera ronda, no pasa a más.
Al recorrerla, revisando las cédulas y los manifiestos de los artistas seleccionados, uno se da cuenta de que la Bienal, igual que en su momento la Selección, es un conglomerado de jóvenes con gran futuro, artistas consolidados con grandes obras, y algunos otros jóvenes y veteranos que se quedarán en la banca.
Mi primera impresión en esta edición del concurso, durante la presentación, fue que se respiraba aire fresco, aunque poco.
En el segundo recorrido pude apreciar mejor todos los ángulos: desde las obras, hasta las cédulas, los manifiestos y la museografía, y, después de dar otra vuelta por las salas, sigo creyendo que existe aire fresco, que los veteranos destacados siguen luchando por permanecer, por demostrar, porque la pintura mexicana les dé un lugar en su historia, mientras los jóvenes con talento buscan, experimentan, usan la tecnología a su favor y explotan nuevos caminos que les ayuden a demostrar el por qué fueron llamados a esta selección.
Esta XVI Bienal de Pintura es un punto de quiebre en la historia del certamen y de la pintura mexicana; está en el mismo punto en el que El Tri se encontraba hace cuatro años, y tiene la posibilidad de hacer que las cosas cambien.
Así como en este Mundial que recién terminó, la Selección Mexicana de Futbol volvió a posicionarse en la confianza y el gusto de los aficionados, hoy, los artistas y curadores participantes en esta Bienal, así como los que se negaron a participar en ella, tienen la posibilidad de reivindicar a la pintura mexicana, de hacerla actual, de demostrar que este concurso de pintura puede volver a conquistar tanto a quienes dirigen el arte, como a los artistas y al público que se volcó como nunca antes, y a pesar de la lluvia, al museo que lleva el nombre de un gran artista.
Ojalá que esta Bienal sirva como inspiración para que en dos años nuestra Selección haga historia, esta vez, en la pintura mexicana.