Los primeros que tendrían que leer este libro, de Benjamín Bernal, deberían ser los dueños y directores de los periódicos en este país. Se trata de un pequeño compendio cuyo título La crítica teatral en México, pasado, presente y futuro, suena más grande de lo que sus 130 páginas nos cuentan, que se puede leer en una sentada y enterarnos, en un dos por tres, de los principales hitos del pasado de la crítica teatral en México; también echar una mirada a vuelo de pájaro sobre el presente, y además darle el positivo beneficio de la duda, a la idea optimista de un futuro “promisorio”, a este oficio de odiados.
Y es que la mayoría de los diarios actualmente han reducido sus secciones de cultura y espectáculos a páginas de pasquín, justo cuando en México el estado del teatro da muestras, día con día, de estar en una expansión sin precedentes en toda la historia de este arte, y absurdamente han determinado exterminar las columnas de crítica.
No sabemos si la razón se suma a que estamos en una vuelta al autoritarismo, intolerante y reacio a toda libertad de expresión y eso “justifica” que los críticos seamos desterrados del ejercicio del análisis y el pensamiento lúcido, como nos lo han hecho sentir los funcionarios más altos del poder, acallando ‘ejemplarmente’ voces de periodistas de política a diestra y siniestra; o este hecho responde de verdad a una excusa bobalicona de los jefes de los diarios en su clásica ‘inhi-visión’ declarativa: “lo sentimos, ya no hay presupuesto”, como lo quieren hacer ver, para atenuar esta tendencia a la uniformidad y conformidad de opinión dependiente de los recursos que el Estado les otorga mediante la compra de publicidad oficial.
Lo cierto es que el recuento de los daños a los reporteros y periodistas, incluso a los “opinólogos” no alineados al Sistema, el Gobierno (ya no digamos el narco) ha evidenciado una saña contra el gremio, incluso usando estratagemas letales contra personas que nunca volverán a escribir, porque están tres metros bajo tierra; los suertudos en algunas tumbas identificadas, los demás, en fosas comunes o en parajes olvidados en algún rincón del subsuelo mexicano. Así de triste la situación que no se puede tapar con un dedo y no hay eufemismo posible para llamar a esa realidad más que crimen.
En la “cadena alimenticia” del sector periodístico, los críticos son y han sido siempre los patitos feos de los medios, y del medio de las tablas y la farándula, como lo podemos constatar en las páginas que reúne la antología de Benjamín Bernal, oficioso del teatro en el frente de la crítica desde hace 30 años. Pero indiscutiblemente necesarios si queremos dar cuenta de la memoria escrita de todo el acontecer de este arte efímero. Y si alguien quiere saber de qué ha ido, de qué va y lo que acontecerá en los escenarios, tiene que revisar las páginas de la memoria cotidiana, porque es allí donde ha quedado el registro de lo que luego, muy posterior y con otra metodología, los historiadores han de echar mano para poder elaborar sus anales, diccionarios, enciclopedias y libros de mayor carácter y envergadura investigativa.
Este pequeño libro, recién editado por la Agrupación de Periodistas Teatrales (APT), de la cual Bernal es director, e impreso en los talleres gráficos de la Fundación Cultural SECOGRAFIC A.C., también es un auténtico manual de primera mano para jefes de sección (los que aún queden en cultura y espectáculos) y para las nuevas generaciones de jóvenes que, al desaparecer, no van a tener ya referentes de sus antecesores o de sus contemporáneos mayores y profesionales que, dispersos entre el maremagnun que es Internet, algunos siguen escribiendo para no hacer naufragar al pensamiento, al cuestionamiento, y al sano y libre ejercicio de la crítica como fundamento de todo proceso de entendimiento e inteligencia humanos.
De lo básico a lo curioso
La Crítica Teatral en México, se capitula en cinco partes: Recordemos algunos conceptos básicos de periodismo; La crítica que se consigna en la historia mexicana; Algunas críticas y otros objetos literarios no identificados; y Joyas y curiosidades. Esta varia de artículos, un tanto disímbola, da un panorama general, poco profundo y mínimamente pormenorizado, que a través de grandes pinceladas arma el paisaje de quienes han escrito y cómo son sus estilos, en un vistazo muy sucinto sobre la historia de la crítica.
Incluye reseñas de diversa extensión, formato y estilo, como apretadas críticas y transcripciones de columnas e intercolumnios de pluma muy libre; algunas francamente sin rigor, pero con chispa, y otras incluso incisivas y poco fiables también, sobre todo si uno no quiere quedarse en la epidermis de una antología variopinta donde ‘ni son todos los que están, ni están todos los que son’. Sin embargo, resulta útil y aporta información; por eso, la idea de que puede ser un excelente manual para reporteros (editores, y directores de diarios que no saben del valor de la crítica) es el concepto que mejor le hace justicia a este trabajo, porque ya sabemos que casi nadie conoce a los escritores de crítica, y esa percepción de que son “un hato de frustrados furiosos que odian el teatro”, sólo puede ser entendido así, por otro hato: el de personas ignorantes e ignominiosas, en el contexto de una mínima cultura general.
En las páginas de presentación, a cargo de Andrés Roemer, además de sentirse honrado, como todos los que hemos sido convocados como profesionales a formar parte de estas páginas con alguno de nuestros trabajos, se enfoca en darle un voto de calidad al encomiable esfuerzo de reunir el cotidiano ejercicio de las páginas que reseñan el teatro, y suele ser muy optimista en vislumbrar un futuro promisorio para el gremio, en tanto que la Red ha expandido este ejercicio en todas latitudes de la República proyectando múltiples reseñas, en un contexto de comunicación inmediato e internacional; aunque ya sabemos que a veces el punto fuerte es, paradójicamente, el lado débil del asunto.
A más oportunidades de escritura libre en internet, menos rigor periodístico. Abundan las notas que no informan, los seudocríticos que se la pasan ‘chacaleando’ notas de los que sí tienen una preparación para el juicio estético de manera profesional, y el plagio está a la orden del día. Sobran las páginas y blogs de textos insulsos escritos diariamente para salir del paso, pura letra chatarra; las redes sociales son también asideros de notas sin sustancia, y muchas veces con toda clase de datos equívocos y cero ética profesional, ya no digamos atender a la deontología que supone el ejercicio periodístico.
Así que, para no exaltar tanto la idea que sugiere el título, dejaremos que el futuro de la crítica de teatro suceda primero antes de vaticinarlo y errar, como suele pasarle a quienes se vuelven mesiánicos futurólogos de lo que el sentido común y la realidad presente no atisba: a mejorar la vida de la crítica de teatro; sino más bien a angostarla, a cambio de sucumbir ante la proliferación de las carteleras comerciales que no invitan a la reflexión y el análisis, mucho menos a la crítica, a nombre de una todavía más paradójica “doble moral” cultural, esa que hace que los editores y las personas “cultas” digan sin empacho: “es que la gente no lee”.
Y si no lee, ¿para qué todos los programas de fomento a la lectura? Si el presidente de la República Mexicana no lee, es una pena (de dolor y de vergüenza), pero lo justo y lo necesario es vencer este adagio mercantilista, obtuso, inculto y humillante, para una nación que, tan sólo en el viejo Distrito Federal, hoy Ciudad de México –con su flamante nuevo reglamento de tránsito leonino de primer mundo y sus calles y policía y educación vial de quinto mundo–, hay de lunes a domingo funciones en 500 teatros. ¿Raro, no?, que un crecimiento exponencial de teatralidades y poéticas de la más diversa raigambre no dé cabida a la memoria cotidiana, a la reseña, el análisis y la crítica del quehacer del teatro.
Por eso, esta selección de materiales críticos resulta un breviario básico de lectura obligada, porque es una muestra también de la pluralidad del pensamiento y la letra en materia de crítica, tanto en los ámbitos del llamado teatro comercial, como el del teatro de tesis o de las esferas más culteranas y/o académicas.
Punto y aparte, las erratas
Quienes sabemos de las llamadas “artes trágicas” (gráficas), apelamos a la premisa de que: “no hay libro que se respete que no tenga erratas”. Y sí, este libro no está exento de algunas de ellas y ya sabemos que cuando no interviene un editor profesional, el imprentero no es la persona que debe editar un libro, porque no está en el ámbito de su competencia.
Incluso el autor, tampoco es la persona ideal para editar sus propios libros, porque para eso están los que saben. Y lo menciono porque, como editora proveniente de una familia de editores, lamento que el libro esté tan mal hecho. Sería otra paradoja aunque se lea como parajoda, que no le dedicara unas líneas a comentar este aspecto tratándose de que, si no evidencio esta parte, es como si no hubiera tocado la publicación.
Como libro está plagado de errores, de diseño, de criterios tipográficos, con saltos de paginación, y de las normas mínimas de composición editorial, lo que demerita mucho el esfuerzo, porque un libro siempre cuesta mucho y cada vez hay menos presupuesto para esta clase de publicaciones.
Una buena selección, un sentido de organización bien definido y muchas horas de lectura hicieron falta para elegir los trabajos con mayor rigor; de hecho, falta idea y sentido de continuidad; está armado de retazos, muy improvisado, y este tipo de libros no resultan atractivos porque están realizados a gusto de quien en el proceso editorial se lleva la mayor parte del presupuesto, el técnico que agarra un bloque de textos y los lanza al precipicio del offset y no sabe de editorial ni la ‘o’, por lo redondo.
Fotos de mala calidad y un surtido rico de formatos, leyendas y comentarios brevísimos sin unidad, no abonan a entender realmente la verdadera aportación de cada escritor, y demerita mucho este esfuerzo. No sólo eso, más bien esa desaliñada compilación estorba a quienes con tanto entusiasmo recibimos este regalo como producto intelectual, además de recibirlo con gratitud como invitados a participar.
No obstante lo anterior, Benjamín Bernal es una persona muy aceptada en el medio, tiene la fortuna de contar con muchos canales de difusión de amigos periodistas y colegas que han arropado muy bien este libro, ante el vacío que hay de este tipo de trabajos en épocas recientes, así que no ha pasado desapercibido y sin duda ha tenido mucho éxito.
Esperamos que la próxima vez que la APT recurra a cualquiera de los editores que hoy están también en vías de extinción, para hacer un libro bien cuidado y que haga honor a su título. Así como Instagram no hace fotógrafos, ni el Photoshop hace diseñadores, tampoco el Windows hace editores, por más plantillas que se utilicen u otros programas que hoy en día la industria de las nuevas tecnologías ofrece de “autoedición”. Zapatero a tus zapatos. Todo trabajo de buena fe y en colectivo es, y será siempre, mayor por la suma de las partes que aportan los profesionales que intervienen en él.