Entrevista publicada en el periódico Reforma el 9 de agosto de 2005.
“El tiempo pasa y me gusta que pase. Se me haría horrible que no lo hiciera, sería como estar en un catafalco”, afirma.
¿Cómo llega a los 85 años?
Sin darme cuenta.
Aunque no gusta de celebraciones ni homenajes, el Palacio de Bellas Artes festejará las más de ocho décadas de vida del artista jalisciense “regalándole” el día de su cumpleaños la muestra de obra inédita Las alas de Juan Soriano, integrada por 32 esculturas de mediano y gran formato, seis de las cuales se exhibirán en la explanada del recinto.
“Todas esa celebraciones no hacen más que rebajarte, volviéndote una figura entre payaso y una persona un poco volada de la cabeza que quiere influir en los demás. Yo no quiero influir en nadie, porque se me hace como afilar el cuchillo y sacarle un poco del corazón a la gente, o descubrir ciertas cosas que son secretas de uno, que no son malas ni buenas, pero que uno quiere tener como cobijadas”, dice.
Marek Keller, compañero y representante de Soriano, explica que las piezas fueron producidas desde finales de 2004 hasta la fecha.
“La mayoría son pájaros, a excepción de una familia de ranas. Se va a publicar además un catálogo con cuatro textos de críticos como el mexicano Jaime Moreno Villarreal, el estadounidense Edward Sullivan, el español José Miguel Ullán y el francés Serge Faucherau”.
El Premio Nacional de Artes 1987 asegura que las aves que frecuentemente representa en bronce, de las que tiene varias en pequeño formato en diversos rincones de su casa en la Condesa, no tienen un significado especial.
“Son pájaros, nada más. Salieron así. Si te empeñas en hacer salir cosas no salen tan bien como cuando no te empeñas. Las cosas surgen así, uno no puede saber a dónde van ni de dónde vienen. Lo inventas, y uno se lleva sorpresas tremendas”, explica quien presentó su primera exposición escultórica en Bellas Artes en 1966.
Escenógrafo, diseñador de vestuario, pintor, dibujante y escultor, Soriano asegura que no tiene nada de qué arrepentirse. “Cuando estoy modelando, dibujando o platicando, estoy todo yo ahí. Y luego, eso se disuelve”.
Se trata de disfrutar el momento…
No podría ser de otra manera, luego me acuerdo de ese momento y puedo reconstruirlo, sin angustia ni nada.
¿Qué momento recuerda con mayor alegría?
Cuando me di cuenta de que me gustaba estar solo y que no hacía las cosas para exhibir mi sabiduría o mi progreso en el arte. Estudiaba las pinturas de los amigos, encontraba la esencia de las cosas. La soledad es buena compañera para mí.
Con una mirada inocente en sus ojos azules, el artista admite que aún sigue teniendo espíritu infantil, en relación a cómo lo llamó Elena Poniatowska en la biografía que le escribió, “niño de mil años”, pero asegura no tener esa actitud.
“Todos somos niños. Nuestra esencia es esa niñez, de pura invención y puras cosas que van saliendo a pesar tuyo”.
Descubrir su vocación por la plástica, la cual dice traer desde siempre, también fue una sorpresa. “No me di cuenta. Yo dibujaba en la escuela”, cuenta al tiempo que Keller lo interrumpe para ayudarle a reconstruir ese pasaje: “Pero acuérdate que dibujaste un gato en una bota, y el director de la escuela dijo que no podías haberlo hecho tú. Hasta que tu padre fue a decirles que vio cuando lo hiciste”.
¿Un artista nace o se hace?
Las dos cosas. Naces y puedes escoger el camino, o el camino a veces está medio dibujado y te gusta y lo sigues.
¿Y le ha gustado este camino?
Ni cuenta me he dado. Yo no era convencional, no soñaba con el dinero, con cosas que a la gente le hacen mucha ilusión, y por eso siempre era criticado. Eso me causaba una desazón.
La última sorpresa que la vida le deparará a Soriano es la muerte, que ha dicho es su único pendiente.
¿Le da miedo esa espera?
Felizmente no ha llegado, pero llegará. No te das cuenta cuando viene. La espero aquí sentado.