Un día te caes. Te raspas la rodilla. Sangra. Duele. Y lo que quieres es que nadie lo note, que nadie lo sepa. Te levantas y caminas como si nada, hasta llegar a casa y limpiar la herida, aguantando las lágrimas. Algo así pasa con las heridas son emocionales: sonreímos, mostramos nuestra mejor cara y, cuando volvemos a casa, nos...