Pídele a las salas de cine que vuelvan
por Carlos Ramón Morales
@rufianmelancoli, para @factico_mx
Las grandes salas de cine eran espacios para la socialización, intercambio de ideas y rapacidad de estatus, asunción de identidades y pretensiones, pero sobre todo, lugar para compartir las osadías, los romances o los miedos que se mostraban en las pantallas.
Estas salas florecieron desde los años cuarenta y hasta mediados de los ochenta, cuando los videocasetes y la popularización del modelo de cine multiplex (salas pequeñas incorporadas a centros comerciales, como ahora son las salas comunes) transformó los hábitos de exhibición. En los noventa, muchas salas desaparecieron o cambiaron su giro. Las de mejor fortuna debieron adaptar su espacio a los nuevos hábitos cinéfilos.
Muchas salas se perdieron en México. Éstas son de las más representativas.
Corresponde a los tiempos dorados de la colonia Juárez, cuando era el búnker de artistas, intelectuales y sibaritas, cuando dicen que Carlos Fuentes, o José Luis Cuevas, o Agustín Barrios Gómez, la nombraron “zona rosa”. Al Montmartre mexicano le faltaba un cine a la altura de su elegancia y joie de vivre.
El Latino lo crearon los arquitectos Gabriel Romero, Carlos Vergara y Guillermo Salazar, con un amplio pórtico, vestíbulo a doble altura y aforo de 2 mil 500 personas. Su construcción inició en 1942 pero se inauguró hasta el 28 de abril de 1960. Resaltaba el mural de Octavio Ríos, con alusiones latinoamericanas. En sus mejores tiempos contó con tecnología D-150 para proyectar películas de 70 mm en una pantalla curva de casi 180°. Fue la primera y única sala durante los setenta y parte de los ochenta con sonido surround.
Su declive inició en 1993, cuando el presidente Carlos Salinas se lo vendió al mercader Ricardo Salinas Pliego en un “paquete de medios de comunicación del Estado”. Junto con él se fueron los cines París, Bella Época, Futurama, Cosmos, Ópera, Pecime. Pocos sobrevivieron a la primavera de las adquisiciones. En el espacio ahora se construye la Torre Reforma Latino.
Joya del art decó, lo diseñó el arquitecto Francisco Serrano. Dicen que lleva ese nombre por una mujer que tenía relaciones estrechas con el propietario original. Se inauguró en 1942 con la película El hijo de la furia de John Cromwell. Desde un inicio se concibió como un cine para “damas”, por su elegancia y discreción. En realidad, en sus mejores años fue una sala cosmopolita, que recibía a los viajeros de la Ciudad de México que se hospedaban en el Centro. Tenía más de 3 mil butacas, esculturas de musas y una hermosa Venus de Canova, además de escalinata con pasamanos de cristal.
Décadas después se convirtió en la catedral del cine erótico y pornográfico de la ciudad. Entonces se hizo punto de encuentro de la comunidad homosexual, todavía reprimida, además de albergar a algunos que otro hedonista.
En últimas fechas vive un extraño y doble destino: aunque su carcaza se mantiene, su parte baja se fragmentó en locales para vender celulares. En la parte superior hay dos pequeñas salas, sedes alternas de la Cineteca Nacional.
Quienes vivimos nuestra infancia durante los años setenta en la Ciudad de México, educamos nuestra fantasía con el castillo de la Bella Durmiente que vigilaba la esquina de Xola y Avenida Coyoacán, en la colonia Del Valle. La magia crecía en el vestíbulo, donde se conseguían las pastillas Pez con los dispensadores del Pato Donald, Mickey Mouse o Pluto. En los muros de la sala estaban los personajes de Disney, y si no fuera suficiente alucine, rodeados de un remolino de polvo de hadas.
El Cine Continental tenía aforo de 2 mil 350 butacas y se inauguró el 24 de abril de 1958. Al inicio exhibió éxitos norteamericanos como Amor sin barreras, Mary Poppins y La novicia rebelde. Cerró a principios de los setenta y reabrió el 22 de agosto de 1974, como “La Casa de Disney”. Desde entonces proyectó cintas de ese estudio.
En 1998 se remodeló y dividió en ocho salas, cambió su nombre a Multimax Continental Cinema. Ahora, en el inmueble están construyendo una tienda de autoservicio.
Abrió sus puertas el 25 de diciembre de 1942. Tenía cabida para más de mil espectadores. Lo diseñó el arquitecto estadunidense Charles Lee, de quien también son los cines Lindavista, Tepeyac y Chapultepec. Al Lido acudían los vecinos de la Hipódromo Condesa. Se abrió con A caza de novio,protagonizada por Norma Shearer y Robert Taylor.
Cerró sus puertas en el primer semestre de 1978 pero reabrió el mismo año con el nombre, un tanto cursi, de Bella Época. Para muchos fue su mejor momento. En vez de seguir el ritmo de la cartelera, exhibía en aparente arbitrariedad películas de arte o de difícil acceso. Por ejemplo, se reinauguró con Noches de Cabiria, el clásico de Federico Fellini. Desde entonces fue referente de los cinéfilos rudos de la ciudad.
En los noventa volvió a cerrar. En 1999 lo compró el Gobierno del Distrito Federal y en 2003 pasó a manos del Fondo de Cultura Económica. En 2006 se estrenó ahí la librería Rosario Castellanos. Sigue siendo punto de encuentro de artistas, intelectuales y diletantes. Todavía tiene una sala de exhibición, que programa la Cineteca Nacional.
Lo construyeron, entre 1942 y 1949, el arquitecto Félix T. Nuncio y el ingeniero Manuel Moreno. Contaba con 3 mil 600 butacas y destacaba por su decoración art decó, con candiles de bronce y cristal, muros de espejo y muebles distinguidos. Dos musas colosales adornaban su marquesina exterior. Se inauguró el 11 de marzo de 1949 con el estreno de Una familia de tantas de Alejandro Galindo, y tenía esta contradicción de una ambientación ostentosa para ser cine de barrio y hasta de precios módicos.
Dejó de ser cine a principio de los años noventa. Después se le improvisó como sala de espectáculos, y su decoración, en ese momento decadente, lo convirtió en santuario propicio para las tribus darks. El 12 de octubre de 1998 dio un concierto Bauhaus; la banda que no alcanzó boletos intentó entrar a la fuerza, se armó un zafarrancho finisecular y la delegación cerró el inmueble hasta nuevo aviso.
En 2011 el Ópera volvió a llamar la atención, cuando el músico Michael Nyman hizo algunas composiciones con el tema del cine abandonado e intentó una campaña de concientización para preservarlo. El sitio se halla bajo la custodia del INBA, pero aún no se sabe qué ocurrirá con él.
El edificio El Roble era sede del Banco El Roble. Además de las oficinas bancarias, contaba con uno de los cines teatros más impresionantes de la Ciudad de México del medio siglo. El cine Roble se inauguró el 3 de mayo de 1950, tenía capacidad para 4 mil 150 espectadores y era de tal lujo que obligaba a visitarlo ataviado de postín. Impactaban sus espacios para galerías, sus esculturas de yeso, sus nichos de vidrio biselado y sus cupidos en los bebederos. Albergó las primeras muestras internacionales de cine en el México de los sesenta. Era cruce de escritores, directores, críticos y gente trendy. Pocas salas de cine podían parecer siempre en actitud de alfombra roja y festival.
El sismo de 1979 causó daños al edificio y obligó a cerrar la sala. El sismo de 1985 terminó de inhabilitarlo. A inicios de los noventa se demolió.
En la actualidad, este espacio no ha dejado de ser escenario de historias fatuas, fantásticas, con aventureros de cinismo rampante y riquezas ostentosa. Ahí, ahora, se encuentra la Cámara de Senadores.
Fuentes:
Antiguos cines de la Ciudad de México
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