por Magdalena Carreño
La estrella de madera, Vidas imaginarias, La cruzada de los niños… Existe algo profundamente bello en las tristes historias escritas por Marcel Schowb, que llevan a sus lectores a recorrer paraísos de inocencia enmarcados por la crudeza de la realidad.
De todas sus obras, tal vez sea El libro de Monelle el que mejor enmarca esta melancolía que envuelve al lector hasta la última palabra. Su prosa vacila entre la esperanza y la pérdida de ésta, atmósferas mágicas y miradas inocentes que entregan verdades desgarradoras.
La Dirección General de Publicaciones del Conaculta reedita este título en su colección Clásicos para Hoy, el cual surgió a partir de un romance que Marcel Schowb sostuvo con una joven prostituta llamada Louise.
Él la conoció una noche de lluvia en los suburbios parisinos, enferma de tuberculosis; la llevó a su casa y cuidó de ella. Sin embargo, después de dos años falleció, lo cual derrumbó al autor, quien por seis meses dejó de escribir.
Inspirado en su figura, Schowb retomó su pluma y vació en El libro de Monelle todo el dolor que esta pérdida le había dejado. Monelle apareció con su historia y de su mano, once veces más. Las de sus “pequeñas hermanas”, todas tocadas por una fragilidad vital.
La egoísta, La voluptuosa, La perversa, La decepcionada, La salvaje, La enamorada fiel, La predestinada, La soñadora, La insensible, La sacrificada y aquella llamada Cice en Un Anhel, así como Las palabras de Monelle y su historia son las narraciones que conjuntó el escritor, como si fuera un juego de luces y sombras.
“Me volverás a encontrar y me perderás”, sentencia Monelle desde el principio. Porque así son las “pequeñas rameras”, llegan a la vida de los hombres para ayudarles, para cumplir “un acto de bondad”, y después vuelven a su anonimato.
Lo que tienen en común todos sus personajes es que mantienen una pequeña ilusión por algo. Cada una a su manera irá descubriendo a dónde le llevan esos imaginarios.
El libro de Monelle probablemente pudo ser para Marcel Schwob un ejercicio para exorcizar lo que dejó tras su paso Louise, la verdadera Monelle, y así continuar adelante.
“No ames tu dolor, puesto que no ha de durar”, aconseja la pequeña. Y así fue: la pena del escritor se apaciguó para que en su futuro encontrará a otra amante, con quien se casaría y pasaría sus últimos días: Marguerite Moréno.
Pero, de cierta forma, Monelle se equivocó porque el dolor perduró en forma de palabras, se transformó en maravillosas historias que recuerdan los cuentos de hadas, no por sus finales felices, sino por mostrar ricos mundos interiores.