Por Magdalena Carreño
Un poco de suerte, un poco de carisma, fealdad y mucho carácter conforman a Gustavo Sánchez Sánchez, mejor conocido como “Carretera”, el cantador de subastas y personaje principal de la más reciente novela de Valeria Luiselli: La historia de mis dientes.
Editado por Sexto Piso, con apoyo de Conaculta e INBA, este título fue elaborado en seis entregas impresas en fascículos caseros que se distribuyeron entre los trabajadores de una fábrica de jugos, quienes formaron parte del desarrollo creativo de la obra.
Asimismo, entre los personajes que acompañan en su travesía a “Carrera”, el lector podrá reconocer nombres de escritores clásicos y a algunos contemporáneos. Sobre la inclusión de ellos y el proceso de creación de esta obra, la también autora de la novela Los ingrávidos respondió algunas preguntas para Arte y Cultura:
¿Por qué hacer una novela por entregas? ¿Cómo concebiste e iniciaste el proyecto?
La novela empezó como una colaboración con una colección de arte contemporáneo, la Fundación Jumex, que a su vez es dueña de una fábrica de jugos. Los curadores Magali Arriola y Juan Gaitán me pidieron un texto para el catálogo de la exposición El cazador y la fábrica. En principio me propusieron escribir un blog con entradas semanales –que es una forma de la escritura por entregas– sobre la galería y los objetos de la exposición. A mí no me gustan los blogs, así que les propuse escribir un texto por entregas para los trabajadores de la fábrica de jugos. Accedieron. Terminé escribiendo una serie de fascículos para la fábrica, un poco a la manera decimonónica. Todas las semanas, un grupo de trabajadores se reunía a leer, comentar y criticar las entregas. Esas sesiones se grababan y me mandaban el archivo de audio mp3, que yo escuchaba para escribir la siguiente entrega.
La idea detrás de las entregas era escribir algo que estableciera un puente entre la gente que trabaja para la fábrica y la gente que colabora con la Colección, con el propósito de reflexionar sobre los mecanismos y discursos del arte contemporáneo, y la manera en que ésos se insertan en una red más amplia de relaciones con el entorno. Era muy importante, entonces, que la novela se fuera escribiendo realmente en colaboración con los trabajadores. Mis entregas y sus grabaciones hicieron posible una conversación cuyo resultado fue esta novela.
Al tratarse de una novela por entregas se nota un ritmo ágil. ¿Fue así al escribirla? ¿Tenías todas las piezas estructuradas de forma clara cuando comenzaste?
Nunca sé exactamente a dónde voy cuando empiezo a escribir un texto. Tengo ideas e intuiciones, y voy siguiendo algunas, desechando otras en el camino, explorando unas pocas a fondo. Es ese sentido enfrenté este libro igual que a mis anteriores. Pero el mecanismo de entregas y el hecho de que se leían en voz alta, le dieron una cualidad más oral a mi escritura. En mis libros anteriores se lee a alguien pensando, no hablando. Éste es pura voz.
¿Qué retos enfrentaste? ¿Cómo fue la retroalimentación con los lectores de la fábrica de jugos Jumex?
Tuve que salir por completo de mi zona de confort para escribir este libro. Suelo trabajar obsesivamente cada texto, cada fragmento, cada línea que escribo. En este caso, no podía ser tan meticulosa con el estilo y la forma – aunque después, cuando terminó el proceso de las entregas, sí pude revisar y corregir extensamente la novela. La retroalimentación de los trabajadores fue esencial – fue realmente la “materia prima” de la novela.
Todos pudimos conocer a un “Carretera” en nuestra vida, esa clase de personaje maravilloso que mezclan la ficción y realidad en su vida cotidiana… ¿quién es para ti Carretera? ¿Tuviste la oportunidad de estar cerca de alguien así?
Cuando empecé a escribir en voz de “Carretera” pensaba en un tío mío, Pepe López, que trabajó durante casi veinte años en la Central de Abastos. Pepe es un personaje completamente picaresco, entrañable, divertido. Contaba historias geniales sobre sus mercancías y negocios en la Central. Historias sobre coches, partes usadas, antigüedades, radios, muebles, libros por metro, jamón –you name it. Pero la voz de “Carretera” también se fue mezclando con la de los trabajadores de la fábrica, cuyas lecturas en voz alta yo escuchaba cada semana. Hubo una voz, en particular, que me atrapó y que traté de capturar a través de “Carretera”.
Al iniciar la lectura, lo primero que saltó a mi pensamiento fue el homenaje a escritores como Julio Cortázar, Salvador Novo, José Vasconcelos, Rubén Darío, entre muchos otros. ¿Cómo fue qué planeaste la idea de mezclar nombres de autores reales y darles otro papel, otros oficios?
No es, en absoluto, un homenaje. La idea era simplemente emular uno de los procedimientos más comunes del arte contemporáneo –el de desplazar un objeto con identidad muy fija a un contexto ajeno a él para producir una reflexión sobre el valor de uso, valor de cambio o valor simbólico de ese objeto– y mediante esa emulación establecer un diálogo con ese procedimiento. En este caso, lo que yo desplacé de un lado a otro no fueron objetos sino nombres. Ni siquiera personas un personaje, sino meros nombres. No tiene tanto que ver con el ready-made de Duchamp –aunque de ahí viene todo– como con los desplazamientos, descontextualizaciones y apropiaciones de objetos de artistas actuales.
Asimismo, mencionas a autores contemporáneos como Luigi Amara. Confieso que a partir de este libro cada vez piense en él o llegue a verlo imaginaré que tiene una sotana escondida. ¿Qué opinaron tus colegas sobre este “juego” literario? ¿Has recibido comentarios sobre las profesiones que les has dado?
Todos los nombres de la subasta final son de escritores vivos que conozco, y que, me consta, tienen sentido del humor. Sabía que no se ofenderían al ser retratados como los retrato ahí; sabía que entenderían el juego. Recibí algunos comentarios, algunas preguntas curiosas, ninguna queja, y muchos emails contando historias personales sobre dientes.
A diferencia de Los ingrávidos, donde Nueva York tiene el peso de muchas atmósferas, este libro se refiere a Ecatepec con lugares clave que forman parte de una comunidad: el puesto de periódicos, la papelería… ¿por qué elegir este escenario? ¿Qué significan estos establecimientos para ti?
Es buena pregunta. Mi trabajo está siempre anclado en cierta semiología espacial. Me gusta “leer” los espacios y que los lectores puedan a su vez hacer una lectura de mi reconstrucción simbólica de esos espacios. En mis libros, los espacios son tan centrales como los personajes –si no es que más. Ahora, mientras que el reto en Los ingrávidos era reconstruir partes de una ciudad (Nueva York) que ya ha sido representada demasiadas veces en la literatura, en el cine y en la pintura, el reto en La historia de mis dientes era construir un espacio que nunca ha sido representado –hasta donde sé– en ningún lado. No hay, en Ecatepec, una serie de asociaciones simbólicas que nos permitan leerlo y decodificarlo fácilmente. En parte, las fotos que aparecen al final, están ahí para apuntalar esa lectura de Ecatepec y para registrar el proceso de montaje espacial del libro.
La historia de mis dientes es una novela llena de sentido del humor que fácilmente se relacionará con el lector, quien seguro tendrá a algún Carretera en su mente mientras la lea.
Actualmente Valeria Luiselli trabaja en una novela y un libreto para danza. Puedes seguirla en su cuenta de Twitter: @ValeriaLuiselli