Arte y Cultura

Las Hijas de Terracota y una historia de amor

por Eduardo Pérez

@eduardo_dice

Justo en este momento estoy en el Museo Anahuacalli. No escribo desde allí. Fui invitado a la inauguración de la exposición, de la que tuve la fortuna de saber desde meses antes de su llegada a este museo.

Desde entonces leí todo lo que pude acerca de Prune Nourry, la artista que creó a Las Hijas de Terracota: sobre el discurso de la obra, la equidad de género, no sólo en China, sino en nuestro país. Me documenté lo más que pude porque me parecieron interesantes la propuesta y el origen y destino de Las Hijas de Terracota. Sin embargo, al presenciar la semana pasada el montaje de esta hermosa exposición, decidí que no habría de escribir acerca de lo documentado.

Al llegar al Anahuacalli me invadió una profunda sensación de comunión, de una compenetración profundísima entre el edificio que resguarda una gran colección de arte prehispánico y la obra de una artista contemporánea que no está ni cerca de tener mi edad.

Las Hijas de Terracota, dispuestas tan meticulosamente en un estricto orden dentro de la explanada del Anahuacalli, no parecen custodiar al edificio; parecen ser protegidas por los pétreos brazos del museo. Esos brazos que se extienden hasta nosotros y nos llevan hasta él como un amoroso padre.

Es cierto, descontextualicé por completo el sentido de la obra. Sin embargo, díganme, ¿quién no ha gozado de esa sensación reconfortante del abrazo paterno, o del abrazo del amante incondicional, al que por una simple coincidencia uno encuentra en el lugar menos indicado y se convierte justo en eso, en una historia de amor maravillosa?

Eso fue para mí ver la obra de Prune Nourry en la explanada del Museo Anahuacalli: Una maravillosa historia de amor.

Las piezas equilibradas, hermosas, estoicas, las siento arropadas por el Anahuacalli como si uno se fundiera en un abrazo con la persona amada, como si la cabeza de la mujer a la que decides amar para toda la vida se posara en el hueco de tu pecho y se quedara ahí para siempre. Vuelvo a decirlo: Las Hijas de Terracota y el Anahuacalli hacen una comunión perfecta.

Todos mis colegas en Arte y Cultura me han criticado por verlo así; están verdaderamente impactados por la obra. Los que han tenido la fortuna de ver en vivo a los Guerreros de Terracota dicen que esta exposición tiene la misma fuerza que emana de aquellos soldados lejanos.

Lo cierto es que Las Hijas de Terracota nacen de la fuerza combativa de Prune Nourry para dar a conocer al mundo la inequidad de género que existe, no sólo en China. Aunque también–y quizás ella nunca lo supo hasta que descubrió el Anahuacalli– la fuerza del amor que emana de su mirada al contemplar su obra, la ha llevado a encontrar el sitio ideal para reivindicar al amor, al que como yo entiendo, es la igualdad entre las personas.

Lo triste de esta historia de amor, es que como las grandes historias, debe tener un final.

La exposición sólo estará hasta el 30 de noviembre. Un solo mes para contemplar este maravilloso espectáculo, y después, el Anahuacalli, al menos para mí, se quedará con los brazos abiertos esperando la vuelta de esas Hijas que se marchan, o bien, esperando nuestra vuelta para hacer que la historia de amor continúe por siempre.

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