Arte y Cultura

Laurie Anderson y su deslumbrante narración

Contar historias es lo que unifica a los proyectos multidisciplinarios de Laurie Anderson (1947, Illinois). Los relatos fueron parte fundamental en su infancia, considerando que eran ocho hijos, pero desde entonces aprendió a desconfiar de la visión que el otro ofrece de sí mismo. Aún sigue sin creer que su abuelo llegó solo de Suecia a Chicago a los ocho años, que a los nueve echó a andar un negocio de caballos y que al año siguiente se casó. El testimonio quedó grabado en un video para el Louisiana Museum of Modern Art.

La “sacerdotisa del arte radical”, la creadora visionaria y experimental, como se la ha calificado, refrendó la importancia que le concede a la narración en sus obras (escultura, pintura, instalación, performance, música, proyectos multimedia) durante la conferencia magistral con la que inauguró la Cátedra Max Aub en arte y tecnología, en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario de la UNAM.

Su predilección por la narrativa la motivó a traducir Moby Dick a la ópera. Adquirida en una subasta en Sotheby’s, la biblia que Herman Melville leyó mientras escribía la novela llegó a las manos de Anderson como regalo de una amiga. Las anotaciones que hizo Melville habían sido prácticamente borradas; aun así dio con una clave esencial para comprender que la ballena representaba la serpiente y el océano, su guardián. A partir de ahí el escritor estadounidense elaboró sus ideas sobre la bondad y la maldad. Su proyecto operístico falló, reconoció Anderson, aunque no por ello dejó de ser tentador llevar las palabras a otro tipo de imaginería.


El rol del narrador le resulta tan fascinante que en sus filmes de los años 80 se clonó a sí misma, caracterizándose de distintas maneras y utilizando efectos para alterar su voz, porque está convencida de que una voz diferente también entraña un punto de vista diferente, como en la escritura. Y una de las razones por las que empezó a crear estas cintas es porque la narración no suele funcionar dentro de los museos, opinó, y puso como ejemplo, no exento de sarcasmo, cómo en las salas destinadas a la proyección de videos, la gente se la piensa para presenciar trabajos con imágenes de no tan buena calidad, que duran horas y les exigen sentarse en incómodas bancas.

Los museos no están diseñados para albergar proyectos que fusionan imágenes con narrativas, reiteró, por eso creó una mesa que “canta”, donde el espectador coloca sus codos sobre la mesa y al taparse los oídos con sus manos es capaz de escuchar poesía. Dibujó cómics en las paredes de estos recintos o ha exhibido almohadas para que, al recostarse sobre ellas, los visitantes escuchen historias para irse a dormir.


Su ponencia fue un repaso sobre algunas de sus creaciones más relevantes y su histórica colaboración con la NASA, cuando se convirtió en la primera y última artista en residencia de esta agencia de exploración del espacio.

Para demostrar su veneración por la palabra, leyó dos relatos. El primero de cuando estuvo hospitalizada en su adolescencia luego de echarse un clavado y, en lugar de caer en el agua, su espalda golpeó duramente el cemento. El resto de los pacientes eran niños con quemaduras, cuyos llantos y gritos resonaban por las noches. La segunda historia rememoró la ocasión en la que vivió con una familia de agricultores en Pensilvania y descubrió cómo un beso puede darse sin afecto, como parte de una transacción.


Habeas Corpus, el performance que realizó hace casi un año en el neoyorquino Park Avenue Armory, es una evidencia más de la importancia que Anderson le concede a las historias, en este caso de un sobreviviente de Guantánamo, Mohammed el Gharani. Como todo prisionero de esta cárcel de seguridad tenía prohibido pisar los Estados Unidos, y entonces la artista recurrió a la tecnología digital para transmitir en tiempo real la imagen de Gharani, ubicado en algún lugar del África Occidental, para contarle a la audiencia algunas de sus experiencias en ese campo de detención, incluyendo las torturas de las que fue objeto y el sueño de huir de ese sitio a través de un submarino. Pese a su dura vivencia, Anderson honra el buen humor y la generosidad de Gharani y con su relato culminó su conferencia magistral, no sin dejar de reflexionar sobre el alto porcentaje de prisioneros que en esa bahía cubana saben menos de Al Qaeda que los que estamos fuera de esas celdas.

“Las historias moldean quiénes somos y hacia dónde vamos”, dijo la creadora y firme creyente de que los errores contribuyen siempre a mejorar el trabajo.

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