Arte y Cultura

Los signos musicales de Los planetas nos guiaron hacia el camino de la ciencia

“Lo que van a ver esta noche no es ciencia ficción”

J.F. Salgado

La guerra, la paz, el mensajero alado, la alegría, lo ancestral, la magia y el misticismo. Siete movimientos que representan la rúbrica de siete planetas de nuestro pequeño rincón en el espacio: el Sistema Solar.

Los planetas (1914-1916) del compositor inglés Gustav Holst (1874-1934), fue la impecable voz narradora del audiovisual de José Francisco Salgado, quien antes del inicio del concierto dio una introducción de lo que se vería en el recorrido interestelar.

Con la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes llena, el público escuchó atentamente la explicación del astrónomo y artista visual puertorriqueño para tener una idea del contenido científico de la película, creada a partir de imágenes de la NASA, la Agencia Espacial Europea y diversos observatorios en nuestro planeta.

La Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), oculta en la oscuridad, esperaba la llegada del conductor cubano Iván del Prado para dar comienzo, y una vez llegado ese momento, arrancaron con la furia roja de Marte, el mensajero de la guerra.

El sonido de una marcha militar inundaba el ambiente, acompañado de ligeros vaivenes que anunciaban la vehemencia que caracterizan los enfrentamientos bélicos. La fuerza musical que emana de la bitonalidad del movimiento dedicado al cuarto planeta de nuestro Sistema, marcaba el paso de las imágenes mostradas en la retaguardia de la Orquesta: los Valles Marineris —el colosal sistema de cañones marcianos—, el Monte Olimpo —tres veces más alta que el Everest—, torbellinos de polvo y demás características de su superficie.

Como un leve rumor, el idílico movimiento dedicado a Venus como mensajero de paz se hizo sentir al contrastar con los violentos ritmos de Marte. Sin embargo, la dulce y calmada melodía que dedicó Holst al astro venusino es la antítesis de sus verdaderas condiciones climatológicas y atmosféricas; es el planeta que posee la atmósfera más caliente por los gases de efecto invernadero que contiene.

Las imágenes proyectadas consistieron inicialmente en documentos históricos sobre las fases de Venus, las cuáles fueron de gran importancia en la historia de la exploración espacial, y representaron la prueba contundente para Galileo Galilei de que los planetas giran alrededor del Sol y no de la Tierra como se creía. Igualmente, las visualizaciones científicas de su densa atmósfera y su superficie daban la sensación de estar recorriéndola físicamente, como si se tratara de un sueño lúcido.

El suave final del movimiento a Venus transitó a una cadencia juguetona, ligera y cambiante, que daba la sensación de aves volando en un día soleado de primavera. Mercurio como mensajero alado,  es el planeta más pequeño y más próximo al Sol.

Las imágenes de Mercurio de la película muestran al planeta con una superficie marcada por las cicatrices de los impactos de meteoritos y asteroides, debido a su ausencia de atmósfera. El Sol también se hace presente en este movimiento, debido a que no hay tantas representaciones de Mercurio como de otros planetas.

Este efímero movimiento pasó sorpresivamente al vigor de Júpiter como ícono de la alegría. Siendo el más largo de todos los movimientos, encarna la parte central de la suite del compositor inglés y se iguala en grandeza con el tamaño actual del planeta; Júpiter es el más grande después del Sol.

Principalmente de constitución gaseosa, lo que más resalta de este planeta en la proyección es su Gran mancha roja —con imágenes capturadas por el telescopio espacial Hubble—, el mayor vórtice anticiclónico de Júpiter que existe al menos desde hace 300 años y sus vientos tienen una velocidad aproximada de 400 km/h. Lo más impresionante es que esa mancha es más grande que nuestro planeta.

Igualmente, la música celebratoria del movimiento da paso a las magníficas auroras que tienen lugar en los polos de Júpiter y que son causadas por su campo magnético, el cual es 10 veces mayor al de la Tierra.

Ío y Europa también tienen protagonismo, que son dos de los cuatro satélites galileanos que orbitan alrededor de Júpiter; llamados así en honor a su descubridor. Ío representa lo infernal, mientras que Europa lo invernal. El primero tiene más de 400 volcanes activos; el segundo, una gruesa capa de hielo que oculta un océano.

El júbilo de Júpiter termina súbitamente para dar paso a lento ritmo del movimiento dedicado a Saturno como símbolo de lo antiguo, sincronizándose con su sosegada traslación, la más lenta del Sistema. Una especie de insondable oscuridad musical dispara extrañas sensaciones, sobre todo por el esplendor del planeta y sus característicos anillos compuestos de millones de partículas que giran 15 veces más rápido que una bala.

La pesadez que se percibe de la taciturna melodía narra de manera casi perfecta la presencia de los lagos de metano en Titán, el mayor satélite de Saturno; al igual que los géiseres de Encélado, satélite conocido por la existencia de un océano de agua debajo de su superficie, calentado por fuentes hidrotermales.

Urano como el hechicero. Este movimiento tiene marcadas reminiscencias con el poema sinfónico de Paul Dukas (1865-1935): El aprendiz de brujo. Los colores musicales que emanan de los instrumentos van hilando la historia de Urano, a través de algunas imágenes del planeta con la atmósfera más fría del Sistema Solar.

Debido a las escasas referencias visuales de este planeta, el audiovisual aprovecha la oportunidad para expandirse y mostrar objetos espaciales fuera de nuestro Sistema, como la Nebulosa del Cangrejo y la Nebulosa de Orión, famosas por su indescriptible belleza.

Las inquietas tonalidades dedicadas a Urano van perdiendo fuerza y se vuelven un enigmático rumor que introduce al último movimiento: Neptuno, el místico.

Como si estuviéramos flotando en el espacio mientras contemplamos la totalidad del cosmos en todo su esplendor, la música logra introducirse en lo más profundo de nuestra mente para mostrarnos en las proyecciones del planeta más lejano del Sistema. Como el azul profundo de su atmósfera, Neptuno representa lo velado; es la parte más esotérica de Holst, quien se inspiró en la astrología para componer su suite.

En las imágenes, Neptuno es acompañado por Tritón, su satélite más grande y, recalcando el carácter místico de la pieza, también es distinguido por tener una órbita en sentido contrario a su rotación.

De pronto, un hermoso canto coral surgió de las entrañas de la instrumentación, al mismo tiempo que se proyectaban visualizaciones de lo que hay más allá de nuestra Vía Láctea: una miríada de pequeños destellos que parecen estrellas; sin embargo, cada punto se trata de una galaxia. Y así, finalizó este espectáculo que une la ciencia y el arte, en una memorable experiencia que comenzó con el estruendoso homenaje a Marte y concluyó con el apacible y misterioso flujo melifluo, que solamente es comparable con el eterno vaivén de creación y destrucción de nuestro cosmos.

Tras la finalización de la película, la OSN e Iván del Prado aprovecharon la oportunidad para terminar la noche con la interpretación —una vez más— del movimiento dedicado a Júpiter, aunque esta vez sin las proyecciones. Ahora sólo queda esperar al 20 de octubre en la Explanada de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato, para ver la interpretación de la Orquesta Sinfónica de Xalapa en el Festival Internacional Cervantino

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