“Mi conducta de lector, tanto en mi juventud como en la actualidad, es profundamente humilde. Es decir, te va a parecer quizá ingenuo y tonto, pero cuando yo abro un libro lo abro como puedo abrir un paquete de chocolate, o entrar en el cine, o llegar por primera vez a la cama de una mujer que deseo; es decir, es una sensación de esperanza, de felicidad anticipada, de que todo va a ser bello, de que todo va a ser hermoso.”
Julio Cortázar
Por Magdalena Carreño
A 100 años de su nacimiento y 30 de su muerte, diversas plumas e investigaciones se vuelcan sobre la vida y obra de Julio Cortázar, quien fue considerado uno de los pilares del boom Latinoamericano. Sin embargo, más allá de los puntos académicos que pudieran surgir sobre sus letras, ¿por qué deberíamos seguir leyendo la obra del llamado “cronopio mayor”?
Una de las mayores cualidades de la narrativa de Julio Cortázar es la manera en que fácilmente evoca imágenes en la mente del lector. Su escritura está ligada a su pasión por la música, en concreto por el jazz. Hay un juego constante en sus textos, un sentido lúdico que invita a continuar escuchando-leyendo cada palabra.
Así, de repente, vemos frente a nosotros a La Maga jugando con un viejo paraguas o nos soñamos con cronopios, famas o esperanzas. Las notas de Cortázar son sus ideas resonando al cerrar el libro. Existe en su narrativa una capacidad de impregnarnos de las atmosferas bohemias, del vino, del jazz, de los amigos, de los amores y desamores.
La estructura de algunas de sus obras podría parecer caótica. Por ejemplo, en 62 / Modelo para armar pasamos de la voz un personaje a la de otro; incluso, de repente, no sabemos si estamos en Londres, París o Buenos Aires. Esos cambios también hacen referencia a lo que la música puede hacer. “Si algunos hacían rock escrito, el de Cortázar es un jazz literario”, precisa el ensayista Alejandro Toledo.
Además de la música, los viajes son una temática constante en Julio Cortázar. De Bruselas, Bélgica–lugar donde nació el 26 de agosto de 1914–, a Suiza, Argentina, Francia, Nicaragua, Chile, México… paisajes que fundió en sus historias y que transitó: “Desde pequeño los viajes fueron para mí el objetivo final de mi vida”.
¿Qué mayor excusa para leerlo que tomar un boleto de avión o tren sin salir de casa y despertarnos en el hotel Capricornio en Viena o la Calle Florida en Buenos Aires?
Por su parte, Alejandro Toledo considera que “Cortázar y los otros autores del boom representan una etapa fundacional de la narrativa latinoamericana. […] Ellos tenían una formación más universal. Mostraron que las historias locales podrían ser comprendidas en otros ámbitos; y que la experimentación verbal era un camino por el que se podría entender la compleja vida latinoamericana. La modernidad literaria, para nosotros, tiene uno de sus orígenes en esa generación del boom y no se puede entender lo que se escribe hoy sin asomarse a esa etapa. Cortázar, en Rayuela, hizo que la novela se ejercitara, y los lectores mismos tuvieron que practicar sus aerobics literarios. Nace, entonces, una forma nueva de leer y escribir”.
Imaginarnos en las calles de cualquier ciudad del mundo, imaginarnos siendo La Maga o estando con ella, imaginarnos como un cronopio, imaginarnos en la mirada del Axólotl, imaginarnos… Esa es la mayor posibilidad que teje Cortázar para sus lectores: convencernos de los diversos senderos que tienen las palabras, que no existe una forma lineal para encontrar una historia, que a veces el principio está justo en el final.
Son 100 años del nacimiento de Cortázar. Tal vez sea el momento para que cada lector encuentre 100 excusas para continuar conociéndolo.