“En mis novelas exhibo virtudes y lacras sin paliativos ni exaltaciones, y sin otra intención que la de dar una mayor fidelidad posible una imagen fiel de nuestro pueblo y de lo que somos”.
-Mariano Azuela
Nadie sabe a ciencia cierta lo que ocurrió en uno de los periodos más agitados en la historia moderna de nuestro país: la Revolución Mexicana.
A pesar de ser referido como el acontecimiento político-social nacional más importante del siglo pasado, existen un sinnúmero de historias que mezclan la realidad y la ficción. Héroes y villanos; mitos y leyendas; la tiranía y la libertad… ¿Cómo poder discernir entre la verdad o la mentira?
En realidad no existen las verdades absolutas. Como lo mencionó la novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977) en su conferencia TED (Tecnología, Entretenimiento y Diseño) titulada The danger of a single story (El peligro de una sola historia), las culturas y nuestras vidas están estructuradas por historias superpuestas. La manera en que comprendemos el mundo está influenciada por lo que percibimos con nuestros cinco sentidos; de ahí el riesgo a malinterpretar una situación si nos aferramos a estereotipos y prejuicios.
En su tiempo, el escritor y médico Mariano Azuela González (1873-1952) también reflexionó sobre ello al momento de escribir su novela Los de Abajo (1916).
Considerado como el primer novelista de la Revolución, es mejor conocido por esta popular obra, la cual narra la historia de un pequeño grupo de rebeldes ubicados en la sierra del sur de Zacatecas que, sin tener ningún noble ideal en mente, mataban federales por el bien de su supervivencia.
En plena Revolución, Azuela se desempeñó como médico en la División del Norte. Estando en compañía de los villistas, evidenció las atrocidades y el dolor que dejaban a su paso los movimientos armados. Con base en dichas vivencias decide redactar un testimonio literario que da cuenta de lo que no relatan los libros oficiales de historia: las luchas internas, desgracias, aventuras y la ignorancia generalizada de los caudillos respecto a la verdadera causa por la que luchaban.
El título, que anuncia el antagonismo social entre ricos y pobres, caciques y oprimidos, es símbolo del punto del que parte el autor para desgranar los hechos históricos que, incluso ahora, repercuten en nuestra cultura y son desconocidos por la historia formal, que generalmente mantiene una visión objetiva y manipulable de lo ocurrido como respuesta al porfiriato.
La intención de Azuela es trasladar al lector al momento crucial de la acción. Por medio de la imaginación es posible palpar los sucesos y tener la capacidad de emitir un juicio hacia lo que no pudimos presenciar. En este aspecto, el narrador adquiere un rol significativo: actúa como observador que no se limita a dar un recuento objetivo de lo que acontece, sino que hay casos en que deja espacios abiertos para la reflexión del lector, además de que demuestra la sensible maestría del autor al describir los paisajes de la sierra y los pueblos, dando una asombrosa sensación de cercanía con la historia.
“El agua parecía espolvoreada de finísimo carmín; en sus ondas se removían un cielo de colores y los picachos mitad luz mitad sombra. Miríadas de insectos luminosos parpadeaban en un remanso. […] Entre los jarales las ranas cantaban la implacable melancolía de la hora”.
Mariano Azuela, quien nació en Lagos de Moreno (Jalisco) y vivió su juventud en una pequeña granja, conocía muy bien los paisajes del noroeste del país.
La novela se centra en el contexto de los de abajo, es decir, del sector campesino que se alzó en armas por diversas razones, que no siempre fueron la lucha contra la tiranía. Debido a la ignorancia que imperaba por los altos índices de analfabetismo de la época, la mayoría no sabía precisamente la finalidad de su lucha, tanto por parte de los revolucionarios como de los federales.
Lo que Azuela demuestra en su obra es que el movimiento revolucionario no mejoró la situación, o más bien, es evidente el México antes y después de la lucha armada, pero dicho cambio se ve opacado por el derramamiento de sangre —innecesario en gran parte—, la vulneración de los derechos humanos a través del abuso sexual hacia las mujeres, la destrucción del patrimonio individual y el robo indiscriminado, llevado a cabo por personas que inicialmente defendían causas justas y, paulatinamente, se fueron distorsionando debido a la perversidad que es parte de la condición humana, justo como ocurrió con los protagonistas.
A mi criterio, Los de abajo no es una historia sobre el desencanto de la Revolución; es una historia sobre la falta de fuerza de voluntad que nos afecta a todos, sin importar nuestra nacionalidad, género o cultura. Es una novela sobre el egoísmo humano y la corruptibilidad que puede consumir a cualquiera que detenta alguna clase de poder.
Equivocadamente creemos que hay que esforzarse para obtener la cima del poder, aunque en realidad para alcanzarlo no hay que escalar sino agacharse a recogerlo; esto es, ensuciarse las manos, olvidarse de cualquier clase de moral y estar dispuesto a lo que sea por ostentarlo.
Irónicamente, los pobres que luchaban contra los ricos son los que se corrompen, al darse cuenta de la libertad que tenían de hacer lo que quisieran en un entorno donde predominaba la ausencia de la ley, lo cual detona la pregunta: ¿Realmente necesitamos una serie de leyes para ser responsables y tratar con respeto a los demás?
Lo que ocurrió en la Revolución tiene ecos en el contexto actual. Estamos viviendo en un ambiente de ausencia legal donde predomina la violencia ejercida por el Estado y el narcotráfico. En estos momentos es cuando esta novela se vuelve indispensable para reflexionar sobre la realidad nacional y concientizarnos de que el verdadero cambio está en uno mismo. No vendrá de ninguna autoridad ni de algún milagro. Ante la oscuridad en torno a esta situación político-social, necesitamos replantear nuestra moral individual y la ética nacional para afrontar las dificultades que se nos presentan.
Al ser un clásico de la literatura universal, Los de abajo se encuentra en varias editoriales, al igual que en versión electrónica, y a un precio bastante accesible que no llega a superar los 100 pesos.