Por Magdalena Carreño
“Los gatos que salen de las casas no dudan un instante en cruzar fronteras que sólo existen para los humanos”.
Hay historias que surgen a partir héroes y sus grandes hazañas; otras simplemente toman lo cotidiano para envolver al lector en sentimientos que le resultan reconocibles y pueden formar parte de su propia vida. El gato que venía del cielo, de Takashi Hiraide, es del tipo de estas últimas narraciones.
En un entorno que podría ser el de cualquier pequeña ciudad en crecimiento, donde las relaciones con los vecinos resultan casi inexistentes y en muchos casos creadas a través de cierta necesidad, Takashi Hiraide construye un relato sencillo pero poderosamente emotivo.
Una pareja en la mitad de sus treinta años, intelectualmente activa, sin niños y que recién se ha mudado a un vecindario para encontrar una paz creativa, desarrolla una fuerte relación con el gato de sus vecinos, llamado Chibi.
Entre su llegada a este nuevo barrio y el desenlace de su vínculo con el felino van descubriendo una inesperada belleza en el entorno que les rodea, así como en la nueva vida que han elegido.
¿Qué tan sutilmente se construyen y destruyen las relaciones con los vecinos? ¿Cómo se crea la complicidad entre un ser humano y un animal?
El gato que venía del cielo, publicado por Alfaguara, está construido con un lenguaje sencillo, donde los paisajes trazados por el autor, aún en su familiaridad, evocan una paz a la que a veces cerramos los ojos por el trajín diario:
“Un día empezó a caer la lluvia de primavera. Observé la atropellada carrera de las gotas sobre el cristal como harían sobre una placa de laboratorio. Desde mi posición apreciaba las variaciones en su grosor, intuía detrás de ellas el movimiento de las nubes, el torbellino de las hojas.”
Esto, así como los cambios que provocados por el crecimiento de una urbe y los intereses económicos de las inmobiliarias, forman parte de esta historia, donde el lector encontrará diversos destellos que lo atraparán.