México es un territorio con miles de ciudadanos que van al cine, escuchan música, leen libros o noticias, van a galerías, acuden a festivales; que, sin saberlo, día con día reinterpretan su cultura y su identidad. También es un país que produce diseño, marca tendencias, reinventa su gastronomía, genera y consume creatividad. La estampa del México que recorremos pero ignoramos, por volverse a veces parte de nuestra cotidianeidad, o que no vivimos y omitimos más, por no ser parte de ella y por ser escaso el abanico de opciones para hacerla presente.
Una estampa que retrata a México como un Lamborghini con el motor apagado, todavía, en el ámbito del emprendimiento cultural, pero con los pistones alineados para despegar con fuerza, rebasar, presumir y repetir la carrera. Fuerza que no sólo empujaría ciudades económicamente, sino que además impulsaría sociedades exigentes de sus derechos culturales. Sociedades que, al apoyar su mercado creativo interno, se volverían más solidarias consigo mismas o que, al leer medios de comunicación independientes, forjarían opiniones más críticas. El emprendimiento cultural como una opción complementaria para salir de una crisis, económica y social. El remedio casero que, de no utilizarse a tiempo, podría extinguirse o ser desplazado por algún medicamento con efecto inmediato plagado de contraindicaciones.
Es tiempo de emprender y de ser los ciudadanos los que tomen las riendas para transformar y mejorar la realidad que cada localidad tenga, con el pretexto y fin de hacer negocios redituables. Es tiempo de crear más cines que impulsen el talento mexicano, de promover blogs que difundan opiniones más diversas, de hacer proliferar marcas de moda nacionales y accesibles que fortalezcan la identidad local, de brindar soluciones urbanas a través del diseño, de dar más empleos, dinamizar la moneda y revalorizar el papel de la creatividad en la transformación comunitaria.
De esta forma, la crisis de la rentabilidad cultural dejará de recaer en las políticas y los fondos gubernamentales para comenzar a ser empujada, como cualquier tipo de negocio exitoso, desde la ciudadanía que emprende, que genera sociedades de inversión con amigos, familiares, o marcas y que arriesga e ingresa a un mercado competitivo, no para crear clientes genéricos, sino para afianzar consumidores únicos, constantes y, también, más demandantes. En México está el capital, es tiempo de aprovecharlo.