Arte y Cultura

Qué personaje fue ese hombre: una despedida a Juan Gabriel

 

El día comenzó como cualquier otro, aunque no sería igual. Al igual que miles de mexicanos, acudí al homenaje a Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes.

 

Salí de mi casa en la Colonia Lomas de la Estancia, en Iztapalapa, y tomé transporte público rumbo al Centro Histórico de la Ciudad. Un hombre de aproximadamente 70 años tomó el asiento a mi lado y notó la quesadilla de queso que no logré terminar, diciendo: “Tu comida huele muy bien”. Contesté con una sonrisa, al tiempo que me preguntó si finalmente iba a casa a descansar. Al contarle sobre el homenaje, contestó: “Qué personaje fue ese hombre, ¿no crees? En verdad de lo mejor que ha tenido este país”. Su comentario aumentó mis ganas de llegar.

Al salir de la estación del Metro y en cuanto mis ojos vieron el gigante de mármol, la energía de la gente que ya ocupaba la explanada del Palacio contagió mis sentidos de manera que no logré hacer más que sonreír.

La multitud inundaba tanto la explanada como la Alameda Central, además de extenderse sobre Avenida Juárez. El día pintaba algo triste con la amenaza de tormenta, pero la sensación se olvidó cuando el público comenzó a cantar los temas más emblemáticos del inigualable Divo de Juárez. El Noa Noa, Querida y Amor Eterno fueron las más populares entre los fans de Juan Gabriel, quienes vestían playeras con su rostro, otros cargaban fotografías y algunos más cuadros y una que otra lona con esa imagen que todos conocemos.

Si bien el homenaje estaba programado para comenzar a las tres de la tarde, esta ciudad está acostumbrada a las largas esperas. Casi dos horas más tarde, y luego de interactuar con personas de diferentes edades que fueron tocadas por la música de esta estrella que se fugó antes de tiempo, supe que estar ahí valía la pena.

La lluvia llegó y no fue sorpresa. Y ni ésta ni el frío menguaron el ánimo del público, que luego compraba impermeables a los oportunos vendedores ambulantes que nunca faltan en eventos públicos.

 

 

 

El momento tan añorado llegó: el automóvil que transportó las cenizas de Alberto Aguilera Valadez desde el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México recorrió el Eje Central para llegar al Palacio, con la velocidad exacta para que algunos de los fans pudieran ver, aunque fuera desde lejos, los restos del cantautor mexicano.

Al ingresar al Palacio de Bellas Artes, las masas comenzaron a sentir la emoción de despedirse de aquella persona que había marcado épocas tan sensibles en sus vidas, pues Juan Gabriel fue un artista que nunca dudó en exponer sus sentimientos ante el público, lo que lo convirtió en alguien con quien identificarse en eventos tan singulares como el amor y el desamor.

Los mariachis comenzaron a tocar mientras los funcionarios montaban guardias de honor, entre los que se encontraban como Rafael Tovar y de Teresa, Secretario de Cultura federal; Eduardo Vázquez Martín, Secretario de Cultura capitalina, y María Cristina García Cepeda,  directora del INBA.

Poco tiempo después las puertas abrieron al público y así fueron ingresando los admiradores con flores en mano, globos y fotografías, para lentamente llegar al interior del recinto y despedirse de su Amor eterno. Las filas avanzaban a paso lento, algo que los invitados no resentían con el fin de ver a Juan Gabriel una vez más, por última vez. La espera se hizo amena con un concierto donde varios artistas, como Fernando de la Mora y Lucía Méndez, interpretaron canciones esenciales en el repertorio de JuanGa.

De repente las voces comenzaron a aumentar con la tonada:

“Soy honesto con ella y contigo,

a ella la quiero y a ti te he olvidado,

si tú quieres seremos amigos,

yo te ayudo a olvidar el pasado, no te aferres…” y sentí claramente cómo mi piel se enchinó del sentimiento.

El sol se ponía, pintando el cielo de morados, rosas y azules, que hicieron de esa velada el escenario perfecto. Las filas parecían no tener fin a pesar de la hora, pues al parecer faltaban muchos aficionados por despedirse, y el Blanquito permaneció abierto durante toda la noche y hasta el día siguiente para que todos pudieran decirle adiós al ídolo.

La venta de tequileros, playeras, plumas y globos con el rostro del artista era cada vez mayor. Los niños pedían a sus padres palomitas de maíz, helados, paletas, chocolates y un lugar para sentarse, mientras los adultos se veían consolados por los cigarrillos sueltos que ofrecían los vendedores.

 

En mi último recorrido por la Avenida Juárez, un joven envuelto en la bandera de Colombia llamó mi atención y me animé a preguntarle qué significaba la música de Juan Gabriel para él. Contestó con una sonrisa que eran recuerdos de su infancia, pues su madre disfrutaba de su música y la fomentó a lo largo de su niñez.

Mi jornada había terminado y, aunque fue casi imposible entrar al recinto de mármol, la atmósfera creada por las miles de personas al exterior sobrepasó mis expectativas. Según el último reporte de la Secretaría de Cultura, más de 700 mil personas asistieron a despedir al ídolo, miles más de las que acompañaron a otros grandes del arte como Gabriel García Márquez o Mario Moreno “Cantinflas”. Fue el público quien creó este fenómeno conocido como Juan Gabriel, una estrella que nació entre los escombros de la vida, con ganas de brillar como nadie nunca antes lo había hecho. Compositor, intérprete, músico, productor discográfico y filántropo mexicano, Juan Gabriel logró una carrera exitosa, y dejó un legado que seguirá creciendo entre generaciones que ya lo incluyen como banda sonora de sus vidas. Juan Gabriel será parte de nuestra historia musical, pues es una estrella que nunca dejarán de brillar.

Salir de la versión móvil