por Patricia Cordero
@lacordero
Todos tenemos secretos. Algunos tan secretos que nadie los sabrá nunca. Otros, tal vez, los confiaremos a alguna persona especial esperando que lo guarde también, aunque con ello pierdan parte de su característica de ser algo privado o que queremos guardar para nosotros. Se convierte entonces en un secreto que despierta complicidad entre quienes lo comparten.
Así pasa con los cuadros en las colecciones de los museos. Durante algunos años he trabajado en tres importantes museos de la Ciudad de México. He recorrido sus salas, sus bodegas y sus jardines; me he aprendido de memoria la ubicación de (casi) todas y cada una de sus piezas, y sé cómo la obra cambia si es de día o de noche. He visto cómo cambian las salas para recibir nuevas exposiciones; me he emocionado con la sorpresa de abrir la caja que trae una obra de un museo extranjero y he descubierto detalles que sólo se tienen con el privilegio de trabajar en un lugar así. Pero, por más que crea conocer estas obras a profundidad, siempre habrá un secreto guardado, generalmente, al reverso de la misma. Conocer estos misterios es casi como cuando alguien te cuenta un secreto y tienes la emoción de saber que eres la única persona que lo sabe.
La primera revelación que tuve al ver la parte posterior de una pintura fue con el Autorretrato con vestido de terciopelo (1926) de Frida Kahlo. La artista dedicó esta obra a su entonces novio, Alejandro Gómez Arias. De su puño y letra todavía se alcanza a leer: “Para Alex. Frida Kahlo, a la edad de 17 años, Septiembre 1926, Coyoacán. Heute ist Immer Noch (Hoy es siempre todavía)”.
Encontrarme con las palabras de la pintora, en esa amorosa y significativa dedicatoria, me hizo sentir el incómodo momento de irrumpir en la intimidad de alguien. Como cuando escuchas, casi por accidente, el secreto de alguien que no te tocaba saber. Ése, digamos, delicioso placer que existe en enterarse de algo que nadie más sabe y querer correr a contárselo a quien más confianza le tengas.
Deleite similar sentí cuando, en el Museo Van Gogh en Amsterdam, me encontré con que muchas de las obras de este genio de la pintura están dispuestas de tal forma que uno puede ver el anverso y el reverso, y descubrir que, como dijera Antoine de Saint-Exúpery, “lo esencial es invisible para los ojos”. Cuando a Van Gogh no le gustaba lo que estaba pintando, cubría el lienzo y empezaba de nuevo sobre lo ya trabajado. En estas obras se puede encontrar un paisaje al frente y lo que podría haber sido un retrato al reverso. De ahí que haya también análisis radiológicos que muestran las diferentes capas que puede tener una sola obra y que resultan fascinantes.
Pero algunos de estos secretos ya no son tan secretos. El Paisaje Zapatista (1913) de Diego Rivera, que es parte de la colección del Munal, tiene al reverso La mujer del pozo. El misterio se reveló en los años 70, cuando se realizaba la restauración de la obra, y los especialistas encontraron que el lienzo estaba pintado por ambos lados. Dicho museo presenta la obra (actualmente en la exposición de ¡Puro Mexicano!) de tal forma que pueden verse las dos pinturas y así conocer este secreto a voces. Ya imagino la cara de sorpresa de los restauradores al enfrentarse a tal descubrimiento.
El Museo Soumaya inauguró hace unos días una exposición conmemorativa por su 20 aniversario, en la que muestra más de 80 obras de reciente adquisición. La museografía alimentó mi espíritu voyeurista, pues algunas de las pinturas están dispuestas de tal forma que es posible apreciar el reverso de las mismas. Y ahí estaba en medio del gran vestíbulo siendo objeto de las miradas de los invitados, por dedicarle más tiempo a los reversos de los lienzos que a la obra misma. Pero es que, quien ha tenido el privilegio de asombrarse con esta parte oculta, aprovecha la menor provocación para tratar de ver eso que nadie más puede.
Y así me encontré con los sellos de Sotheby’s y Christie’s, prestigiosas casas de subasta en las que se han adquirido las obras; con el sello de la firma de Tamara de Lempicka y con una pequeña pintura de Toulouse Lautrec que, como la de Rivera, tiene un retrato al frente y otro a la vuelta. Una maravilla de secretos dispuestos a revelarse a quien quiera tener el privilegio de descubrirlos.
La próxima vez que alguien te cuente un secreto, siéntete privilegiado, porque cuando más de dos lo saben, puede que ya no sea secreto. Y la próxima vez que vayas a un museo, busca el reverso de las pinturas y sé parte del misterio. No volverás a ver la obra con los mismos ojos.