por Andrés López Ojeda *
Colaboración especial
El lugar es un tanto impresionante para la imaginación convencional; de hecho hay quienes podrían pensarlo dos veces antes de acceder: la primera, porque se encuentra en una calle poco transitada durante la noche -momento natural de sus actividades-, además de que no cuenta con señal alguna que dé al visitante la certeza de que se encuentra en la dirección correcta.
La segunda vez porque la construcción está vieja y deteriorada al punto de que, para llegar a la entrada, es necesario subir unas escaleras de madera con mucha precaución para no lastimarse si, por desgracia, los pies se hunden en alguno de los varios agujeros que la decoran y guían el camino hasta la parte superior, donde todo indica que se está en presencia de un departamento y no de un teatro, tal y como se promociona.
La extrañeza continúa porque, después de cruzar una puerta como la de cualquier casa, una persona que podría ser el dueño o uno de los actores, el hostess o hasta el mesero, solicita el número de reservación. En este punto, y a pesar de la penumbra, se comienza a percibir lo que se conoce como Teatro en Casa, fórmula que sintetiza un proceso por el cual una típica sala se convierte en el escenario, la recámara de los anfitriones en camerino y la cocineta en fuente de sodas o bar.
También puede ser que esta nueva tendencia por la cual el tradicional espacio teatral se miniaturiza o confina a los límites de un apartamento modesto, se deba a que una buena mayoría de artistas no puede insertarse al mercado formal de las artes escénicas, por lo que ciertamente se demuestra, en este caso, que son verdaderos creativos de imaginativas formas de autoempleo y novedosas figuras de empresas culturales (si se le puede llamar de esta manera a la mencionada tendencia de hacer de la casa propia un pequeño negocio de teatro).
Y debe ser todavía más difícil cuando se trata de artistas que pertenecen a una minoría sociocultural, como lo es la comunidad gay, a la que pertenecen Daniel Moreno y Manuel Acosta, ambos dueños del particular espacio doméstico ubicado en los márgenes del Centro Histórico de Quito, Ecuador, donde se presentan expresiones culturales desde hace 16 años, como teatro drag, clown, mimo, danza contemporánea y hasta festivales temáticos de cine.
Moreno y Acosta se han empecinado en tener un lugar donde se manifieste y ejerza su identidad, como parte de una lucha política y social a través de manifestaciones artísticas pero, sobre todo, por el derecho a una cultura propia. Y es que el tema de la cultura es nodal, pues se ha encontrado una relación positiva con la apertura social y el número de espacios que permiten visibilizar a los grupos estigmatizados por cuestiones de preferencia sexual, como diría Víctor Fernández Salinas en su texto Comunidad gay y espacio en España.
Es decir, que ahí donde existen menos cortapisas culturales, habrá mayores marcos legales que garanticen que la comunidad gay se exprese de manera más segura, además de que pueda contar con más servicios comerciales y profesionales relacionados con sus actividades, lo que evidenciaría una mayor aprobación colectiva de la “visibilidad gay”, tradicionalmente confinada al marco estigmatizado del horario nocturno y, lo que se traduciría en una sociedad más avanzada, con una actitud positiva hacia este colectivo y respetuosa de los derechos de los homosexuales.
Esto demanda, por parte de las instituciones públicas, la responsabilidad de adoptar las medidas que tengan a su alcance para hacer efectivos los derechos económicos, sociales y culturales que se encuentran entrelazados de manera muy estrecha. En tanto, lo que prevalece ahora es una lucha, si bien heroica, también individualizada y hasta parcializada (en términos generales, los grupos minoritarios priorizan los derechos civiles y políticos de naturaleza individual, sin reparar que junto con los derechos económicos, sociales y culturales conforman una unidad englobada en el concepto de Derechos Humanos).
En este sentido, el aprendizaje que proporciona la cultura más allá de la formación artística y, en particular, el modesto Dionisios Teatro-Drag de Daniel Moreno y Manuel Acosta, es bastante aleccionador. En una entrevista que Moreno ofreció para el libro Quito Bizarro, La antiguía de la Capital, de Juan Fernando Andrade y Juan Rhon, señala que la ciudad de Quito, en donde se ubica este espacio en cuestión, “es una ciudad muy conservadora ante ciertos temas… Este lugar se creó como un sitio alternativo para la comunidad GLBTI, no es una discoteca ni un lugar de ligue, aquí vienes a ver arte. Trabajamos con mentalidad teatral”.
Y es que Dionisios fue el primer espacio que contribuyó en dicha ciudad, a nivel artístico, con la temática transformista. No se trata de arte convencional, sino de ruptura, de confrontación con el público a través de situaciones muy urbanas, muy propias. “Cuestionamos el sistema y ubicamos a las nuevas generaciones; les explicamos lo que somos como seres humanos más allá de la diversidad sexual”, señala Moreno. “El arte transformista te da la oportunidad de hacer una parodia de tu lado opuesto, de tu ser oculto. Con esas historias, basadas en la vida real o combinadas con la fantasía, hablamos de nuestro género. La mayoría de grupos drag hace revistas musicales, pura diversión; nosotros hacemos teatro, comedia, drama, tratamos de ilustrar al público sobre las minorías y nuestras diferencias”, añade.
En cuanto a la dificultad que tiene el ejercicio del derecho a la cultura propia, a la identidad cultural y a la libertad de elegir o identificarse con una comunidad cultural (Declaración de Friburgo), Daniel Moreno tiene mucho qué decir: “Yo he creado obras para todo público, pero cuando me ven me cierran la puerta en la cara. Lo mismo le pasa a muchos artistas internacionales; el único sitio donde pueden presentar sus propuestas alternativas es en el Dionisios. Todavía no hay una libertad de expresión sexual. Ahora la gente ‘sale del clóset’ muy joven, a los 14 o 15 años, y lo toman muy a la ligera. No se dan cuenta de que ese derecho que ahora ejercen y que ha costado muchas vidas, detrás de la ‘tolerancia’ hubo mucha, mucha violencia”, señala.
Lo destacable también del trabajo de estos artistas ecuatorianos es su empeño por mostrar la diferencia cultural, frecuentemente aprendida de una manera nada tersa, sobre la marcha de la vida y de forma brutal. Moreno asegura que entendió a las mujeres hasta que se puso en sus zapatos. “No entendía la situación de mi madre, de mi abuela; haber nacido en hogares machistas las marcó de por vida. En casa de mi abuela, la rabadilla era para las mujeres y, las piernas y la pechuga para los hombres; los hijos comían las sobras que dejaba el padre. Cuando pongo eso en escena es como vomitar encima de la sociedad, es decir, una limpieza interna y terapéutica”, señala.
En el caso de México, el tema también es muy sensible, tal y como lo atestigua cada año la Marcha del Orgullo Lésbico Gay Bisexual Transexual Travesti Transgénero e Intersexual (LGBTTTI), la cual ha conseguido la visibilidad de la comunidad, aunque todavía se debate en la exigencia y el reconocimiento de sus derechos humanos frente al estigma o la discriminación existente pero, menos, en enfocar su lucha como parte del derecho a la cultura propia.
En este sentido, según el estudio mencionado de Comunidad gay y espacio en España, que relaciona la apertura de la sociedad a partir de la existencia de territorios con actitudes sociales más abiertas, y que forma parte de la medición del desarrollo de un país, asegurando los derechos y la integración de sus minorías sociales, México se ubicaría en una Visibilidad Media caracterizada, si bien por un número considerable de espacios permisivos de relación social, por otra parte, orientados fundamentalmente por motivaciones económicas (bares, tiendas, hospedaje, turismo pink) y no por un verdadero cambio cultural.
Ahora, que ya sorteamos el peligro de las escaleras y nos encontramos dentro del Dionisios, confirmamos que quien nos atiende es Daniel Moreno en su alter ego de anfitrión y mesero. Esto quiere decir que, en esta ocasión, no habrá lentejuelas, tacones altos, vestidos y mucho maquillaje porque Daniel no se trasformará en Drag Queen (reina). En cambio, asistiremos a una obra de clown que interroga y cuestiona, entre risas e ironías, las exigencias sociales que se les impone a las mujeres, otro contingente social que continúa padeciendo igualmente el sometimiento de la sociedad androcéntrica.
Un último dato: El Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural (Fonsal) del Ecuador, tiene considerado a Dionisios patrimonio viviente intangible y publicó en 2010 el libro Kitus Drag, que contiene diez obras de Daniel Moreno, en tanto en México, aún cuando también existen experiencias parecidas, se siguen confinando y midiendo la mayoría de ellas desde la lógica de empresas culturales privadas, pero hasta ahora no se ha logrado vincularlas con el concepto de patrimonio viviente como sí se reconoce a la gastronomía o el saber hacer tradicional.
*El autor es Doctor en Ciencias Antropológicas por la UAM-Iztapalapa y Profesor-investigador de la UAEM.