Estoy en esa edad en la que todo es una crisis, además de la económica, claro está. Por lo tanto, todos mis amigos la comparten y entre todos hacemos una especie de cofradía dispuesta a sacar adelante al pobre y maltrecho sexo masculino, el que últimamente, dicho sea de paso, ha sufrido con el severo ataque de los crecientes grupos feministas que ya no escuchan nuestra voz, la de los pobres hombres ya sin voz y casi ni voto.
Así que, con todo eso en los hombros, mis amigos y yo salimos a buscar el sustento diario, a enfrentarnos a la despiadada carnicería ejecutiva desatada en los súper veloces elevadores de las torres de vidrio y aluminio, y en los estacionamientos de los grandes complejos corporativos en los que no se tienen lugares asignados.
Esto perturba nuestra ya de por sí maltrecha psique. Por eso todos buscamos una actividad que nos aleje de la realidad. Algunos van a jugar golf, otros compran membresías costosísimas en clubes deportivos donde los obligan a cargar bultos de cemento, arrastrar llantas de camiones por varios metros y hasta levantar troncos de árboles por encima de sus cabezas; otros se deciden por el triatlón y fijan metas cortísimas para participar en eventos en París o Hawai. También tengo amigos más preocupados por no herniarse o padecer un cuadro de deshidratación; esos se entregan al budismo, la meditación y el yoga. No importando la actividad que hayamos elegido, durante nuestras reuniones, además de escuchar lo buenos y conocedores profundos que son de su tema, todos dicen algo en común: su actividad es muy celosa.
Creo que reconocerse como expertos en una materia tan celosa –no importa que sólo sea atar moscas para pescar- los hace alejarse de los problemas diarios y creer que se deben a ese celo.
Pero celoso, celoso, lo que se dice celoso, es el amor.
Y cuando uno se enamora, no hay vuelta atrás.
Recuerdo que mi amor por la publicidad nació el día en que vi por primera vez La noche de las narices frías. Desde ahí me enamoré de la profesión que desde entonces me ha desdeñado, aunque confío en lo que dijo Mozart: Cosi fan tutte. Y cuando eso suceda, sabré que ha valido la pena.
Lo mismo sucede con este proyecto: mi primer recuerdo acerca de disfrutar la literatura fue cuando leí un libro en tan solo media hora porque no podía dejar de imaginar. Tenía 8 años.
Mi primer recuerdo sobre el dibujo y la pintura viene con la memoria de unas cortinas de perritos de caricatura con que cubrieron las ventanas de mi recámara, y en un día de ocio me puse a copiar esos estampados que me hacían tan feliz. No recuerdo exactamente cuál fue el resultado. Pero como en todas las historias, no diré lo que sucedió, sino como lo recuerdo. Y mi dibujo era idéntico al estampado de aquellas cortinas para decorar habitaciones de niños. Tal vez tendría 6 años.
Desde entonces el amor priva en mi vida. Y en algunas ocasiones la dejo conducirse por él.
El tema es que cuando uno ama, persigue, se esfuerza, se exprime, se agota y vuelve a hacerlo una y otra vez.
Así que, metido esto de encontrar nuevas ideas para alimentar a Arte y Cultura, no queda más que recurrir a mi otro amor, y sacar la creatividad y experiencia en publicidad para alimentar mi amor por el arte.
Estoy seguro de que mis otros amores, los reales, los únicos, entenderán. Sabrán que soy suyo para siempre, pero que en esto del amor tengo una constante que me ha acompañado a lo largo de mi vida: el amor tan celoso a sentirme vivo que sólo me deja decir: ¡Viva mi desgracia!