Mientras todos seguían en la borrachera de los espejos y las luces y el arte contemporáneo y su mercado, nosotros estábamos en el medio del mar, montados en una lancha inflable que se movía con el oleaje de la locura.
Mientras nos movíamos de un lado a otro, mareados de tan poco tiempo, el sonido nos paralizó. Sabernos afortunados nos hizo olvidar hasta el hambre y nos llevó por los pasillos poco iluminados de la sala y el escenario del Palacio de Bellas Artes por más de cinco horas.
No sé en qué momento surgió la idea. La cosa es que de pronto todos estábamos chateando, llamándonos y alargando las noches con detalles técnicos, de producción y pauta.
En este país es tan difícil hablar de tantos temas, que uno no se da cuenta sino hasta que escucha a los otros, a los demás. Si uno se sentara un día a escuchar a veinte personas de distintas profesiones y condiciones, podría comenzar a descubrir la cantidad de cosas de las que es difícil hablar en este país.
Uno ni siquiera se imagina lo difícil que es hablar de presupuestos de la nación o de transparencia y rendición de cuentas; mucho menos de equidad de género. Uno sólo está en su lancha inflable, movida por el oleaje de su propia locura, y se queja y le aquejan todos los problemas que surgen ahí.
Saltar de esa lancha inestable y casi miserable es un reto, casi un suicidio; pero reconocer que hay más como yo en una situación similar me hace pensar en que si sólo por azar se llegaran a encontrar tan cerca unas lanchas de otras, que pudieran unirse, serían más estables. No lo sé. Nunca he sido marinero, ni siquiera he estado en una lancha inflable en medio del mar de la locura; pero supongo que, si en algún momento algunos llegamos a unir esfuerzos, las cosas pueden ser un poco mejores.
Me gusta la ópera. Diría que me gusta más que la música sinfónica, pero sólo al pensarlo me viene a la cabeza alguien que me repetía que mi problema de oído se debe a mi mal oído, y por eso nunca escucharé lo mal que canto. Pero aún así me gusta la ópera. Me gusta tratar de ayudar, de hacer alianzas y de creer que lo que hago contribuye un poco a que algo bueno crezca por ahí. Casi como tirar algunas semillas de forma aleatoria, teniendo la convicción de que en algún momento ese acto hará brotar árboles que puedan ser usados para tender columpios en los que los niños jugarán en algún momento de la historia.
Pero volviendo a la música, tuvimos la oportunidad de trabajar en algunas cápsulas para promover la temporada 2015 de ópera. Y fue un privilegio.
Fue un privilegio presentar el proyecto y entablar una plática tan rica; fue un privilegio volver a estar en las piernas del teatro, recorrer los camerinos y pisar el escenario del Palacio de Bellas Artes.
Fue un verdadero privilegio que nos hayan recibido como lo hicieron y nos hayan abierto la oportunidad de ver a quienes forman parte de la ópera como son: de carne y hueso.
Fue increíble escuchar a un crítico hablar de su amor por la música, de sus deseos para la ópera y de las anécdotas que la rodean.
Fue increíble encontrar a esa otra lancha y unirnos a ella en este proyecto.
Estas han sido semanas de un ir y venir en una lancha inflable en medio de un mar picado por la locura y mi incomprensión por algo que es más grande que yo.
Hace tiempo me dijeron que tenía la cualidad de describir con claridad lo que sucedía a mi alrededor.
Hoy me doy cuenta de que me falta ese motor que me impulsaba a hacerlo, o bien, simplemente no soy capaz de hacerlo desde esta pequeña lancha inflable en la que debo mantenerme a como dé lugar mientras vuelve la calma.