por Gerardo López
Viajar es una experiencia inolvidable. Representa uno de los placeres más esenciales para alimentar el espíritu, y si se carga con una cámara fotográfica, es posible revivir ciertos recuerdos de la travesía. En este caso, la vida del fotógrafo Bernard Plossu (Vietnam, 1945) tomó un giro drástico cuando realizó el primero de sus cuatro viajes a México.
Plossu nunca fue un estudiante modelo ni una persona que fuera conocida por seguir las reglas de un sistema. De 1951 a 1962 llevó a cabo sus primeros estudios en París, los cuales interrumpía constantemente para escapar a la Cinemateca y ver películas de Jean-Luc Godard, François Truffaut, Louis Malle, Michelangelo Antonioni, Roberto Rosellini y Luis Buñuel.
Sin saber qué hacer con un hijo rebelde, sus padres lo enviaron a estudiar a México, pero aun así el joven Bernard encontró la manera de emprender un viaje a la selva chiapaneca, acompañando a una expedición etnográfica integrada por británicos que buscaban un fotógrafo. Así fue como en 1965, con tan sólo veinte años y una astucia para poder capturar imágenes memorables sin necesidad de conocimiento técnico, logra la hazaña de consolidarse como un fotógrafo profesional.
La experiencia de la odisea en el sureste mexicano causó un fuerte impacto en Plossu, confrontando una cultura totalmente ajena a él, la cual era visible tanto en los escenarios turísticos como en los barrios pobres; era vivir la vida y no verla a través de una pantalla como en las películas que tanto le fascinaban.
Posteriormente, regresó a tierras mexicanas en tres ocasiones más: en 1970, 1974 y 1981.
La íntima experiencia personal que vivió en México y la intensidad de su obra realizada contrastan con la injusta ignorancia que se tiene de su trabajo en el país que tanta inspiración le causó. Es por eso que el Museo de Arte Moderno acoge la primera muestra individual del fotógrafo francés titulada ¡Vámonos! Bernard Plossu en México.
La exposición abarca los cuatro viajes en México. Se compone de 118 fotografías –en su mayoría en blanco y negro- y una película súper 8mm ordenadas de manera cronológica; esto se debe a que el fotógrafo no titulaba la mayoría de sus obras, sólo indicaba el lugar y la fecha.
Las imágenes forman parte de un acervo de 500 obras del fotógrafo de origen vietnamita, las cuales se incluyen en un libro homónimo, editado por el historiador español Salvador Albiñana y el fallecido editor mexicano Juan García de Oteyza.
Albiñana detalló el contenido de retratos y escenas cotidianas, que evocan una estética espontánea y la libre audacia, la cual caracterizó a una generación influenciada por la corriente Beat y los inicios del movimiento hippie.
“El primer viaje es el más largo en el tiempo, el viaje que produjo muchas más imágenes y eso se traduce en la exposición que hay mucho más fotografías. Es un viaje mucho más documentado”, explicó Albiñana.
Igualmente, destacó que la obra tiene fuertes vínculos con el viaje, por lo que el mismo Plossu se considera un fotógrafo errante; alguna vez fue llamado fotógrafo al aire libre y decidió adoptar esa definición como propia.
“Es un viaje que tiene un sentido distinto a los demás, es el primer viaje que responde al azar. Bernard era un ocioso y muy descuidado estudiante del liceo en París, que se la pasaba en la Cinemateca todo el día haciendo fotos, haciendo pequeñas películas. Seguramente sus padres, hartos de tener un hijo tan descuidado en sus estudios y aprovechando el azar de que en México estaban sus abuelos maternos que habían venido desde Indochina, pensaron que este país lo podría enderezar como estudiante y asistió a la Universidad de las Américas, allá en la carretera de Toluca. Yo creo que debió durar seis o siete días en clase; las cuales dejó en cuanto contactó con gente de su edad. Esa es la gente que verán en muchas de las fotos: amigos mexicanos, latinoamericanos, franceses, gringos, con los que compartió esos largos quince meses”, dijo.
El tono del conjunto de la obra de Plossu se encuentra entre el documento fotográfico y el íntimo relato de lo más privado. De esa manera lo define Salvador Albiñana. Hay una evidente renovación de la tradición de los fotógrafos viajeros del siglo XIX y principios del XX: con un ánimo nómada y alerta, una mirada cómplice que mezcla un relato nostálgico en torno a la libertad y la accidental belleza del vagabundeo.
“Hay una cierta voluntad de relato autobiográfico, de relato de vida, pero puesto en imágenes”, afirmó.
El uso de marihuana, la música de la época, las fiestas y las escapadas a Acapulco son el contexto de ese primer viaje, las cuales no mantenían una formalidad técnica ya que Plossu no prestaba atención a ello; capturaba imágenes instantáneas.
“Continuamente empleaba cámaras desechables o de juguete, porque de esta forma reivindicaba el valor de las cámaras pequeñas. Y también por esto hay fotografías barridas o en algunas fuerza la luz. En sus fotografías no había un guión previo”.
Equilibrio entre lo geométrico y lo emotivo, mantiene una mirada sensual hacia la figura femenina y su obra se llena de una fuerza extraña y misteriosa que muestra el placer de vivir y la emoción de mirar.
La obra museística dedica un apartado a las copias Fresson, una técnica de impresión que Plossu comenzó a utilizar con fotografías mexicanas de 1966.
La obra fotográfica de Bernard Plossu reivindica la estética de la contracultura y, al mismo tiempo, es uno de los más grandes exponentes de México, propiciando una visión única que merece ser vista y reflexionada.