Científicos tan de moda como Michio Kaku han confirmado la brecha entre el orgasmo masculino y femenino. El primero se ciñe básicamente al plano sensorial biológico, de respuesta casi involuntaria, y el de las mujeres responde a un ámbito más bien mental.
Eso nos hace todavía más “sabrrosasss”.
Un escáner de alta tecnología reveló que el espectro individual del placer en la mujer está basado en la fantasía personal y no está vinculado directamente con el sistema de reproducción. Este simple “detalle” ha vuelto locos a aquellos que han creído ver en la sexualidad femenina una condición naturalmente pasiva (ay sí, ajá), estrechamente unida al amor y a la sedentaria idea de formar una familia (onda: las mujeres que aman demasiado), y no lo que ha sido: una introyección subconsciente –domada a modo– a partir de los intereses de una cultura sexual dominante y patriarcal.
Lo cierto es que mientras el orgasmo masculino es genital y supone irremediablemente la eyaculación, en la mujer las variables no sólo pueden o no incluir ésta, sino que no influye en la función de la ovulación ni orgásmica. ¿Netaaaaaaaa? ¡Oh, sí!
Así que, mientras el orgasmo de los hombres está diseñado biológicamente para inseminar y con ello prolongar la especie, el femenino supone una fina red de sensaciones y pulsiones corporales que alumbran el cerebro, otorgando placer sin que suponga peligro alguno de embarazo. Bien podrían inventar un pastilla sólo para los tres días de la ovulación, ¿no crees?
Esto explicaría, con mucho, la ablación del clítoris en algunas partes del mundo y la antigua tradición de censurar el placer femenino en casi todas las culturas del orbe, dado que las mujeres estaríamos fisiológicamente mejor diseñadas para la poligamia, el multiorgasmo y el poliamor (por citar lo más actual); practicas atribuidas y adquiridas por los varones culturalmente, para aumentar el mito de su supremacía sexual y reafirmar su poder social. ¡Ternuritas… lo siento!